"Se hundió la isla y quedé solo, flotando en el océano"

El cantautor radicado en Paraná Pedro Guastavino revela cómo una profunda crisis –que incluyó pensar en el suicidio– lo llevó a reconvertir su idea de la música y del éxito. La influencia de lo brasileño y de la Filosofía
6 de febrero 2017 · 10:14hs
El exintegrante del grupo Samba na Esquina y cantautor gualeguaychuense –radicado en Paraná– Pedro Guastavino, se refiere a su actual momento artístico, en el cual sobresale la dedicación plena a la creación de sus propios temas y a la conformación de un nuevo grupo en el cual intentará plasmar su mirada crítica de la realidad y criterios musicales.


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Familia "nómade"



—¿Dónde naciste?
—En Gualeguaychú –en un hospital– el 1 de enero de 1980. Somos cinco hermanos.
—¿En qué barrio?
—No recuerdo... calle Borquez y Doello Jurado, por ahí...
—¿Hasta qué edad viviste allí?
—Fue raro porque viví cuando nací, en 1983 nos fuimos a La Plata y volvimos a Gualeguaychú en 1984. Somos una familia bastante nómade. Hasta que en 1987 nos fuimos a General Alvear –en Mendoza– vivimos dos años y nos vinimos a Paraná.
—¿De qué lugar tenés más recuerdos de la infancia?
—A los 8 años ya estaba en Paraná. De más chico, recuerdo lo de viajar, estar dos años en cada lado y mudarnos permanentemente. En La Plata fui al jardín; de Gualeguaychú –en 1986– recuerdo cuando salió campeón Argentina y los carnavales, y en Mendoza comencé la Primaria, en un pueblo más chiquito con viñedos y canales.
—¿Una postal en particular?
—El cambio de ir a Mendoza fue fuerte porque era un pueblo y un barrio, cerca de la bodega Giol.
—¿Sufriste el contraste?
—El ser nómade me enseñó el no apegarme a los lugares, aunque con Paraná fue distinto.
—¿A qué barrio llegaron?
—A Rocamora –frente a la plaza España–, en 1988.
—¿Qué actividad laboral desarrollan tus padres?
—Mi viejo siempre laburó en la Casa de Gobierno y luego mi vieja comenzó siendo preceptora.
—¿A qué jugabas?
—Poco a la pelota. Salíamos a cazar renacuajos en General Alvear y en Gualeguaychú tocaba en la batucada.
—¿Personajes de alguno de esos sitios?
—No recuerdo; cuando era chico el vínculo era solo con los amigos.
—¿Cuál fue la primera sensación que te provocó Paraná?
—La de otra dimensión poblacional, con mucho más gente, amigos y edificios. Me impactó bastante porque no había vivido en una ciudad, salvo en La Plata, pero el lugar estaba alejado de la gran ciudad. Paseaba por el Parque, la Costanera y por el "otro río" –bien distinto al de la otra costa.



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Un taller importante



—¿Un gran descubrimiento?
—Comencé a comunicarme con la música gracias a mi vieja, que nos inscribió en una escuelita que se llamaba El taller del Sur –de Marta Petrich y Leo González. Me encantó y aparecieron chispazos del gusto por poder hacer música, cantar, escuchar y entender ese otro código –que no lo tenía tanto desde chico, salvo la batucada y el carnaval.
—¿Qué presencia de la música había en la cotidianeidad del hogar?
—Muy poca. Mis viejos escuchaban pero no estaba muy presente, era algo monótono. Una familia de clase media donde la música estaba como algo más. Con mis hermanos comenzamos a meternos gracias a mi vieja que nos habilitó la posibilidad de ir a aprender, y a partir de ahí quisimos tener instrumentos, y escuchar otros discos.
—¿Por qué los mandó a ese taller?
—Para que hiciéramos algo a la tarde, y –como recién llegábamos a Paraná– para vincularnos con otros ámbitos. Fuimos los tres hermanos más grandes –mi hermana, Pablo y yo– porque los otros dos eran más chiquitos. Mauri todavía no tocaba.
—¿Cómo fue la vivencia de esa primera experiencia?
—Era como hacer mímica y entender cómo funcionaba la música a través de la mímica, porque no tocábamos instrumentos. Era adentrarse en el lenguaje de la música, conocerla, escuchar y compartir con los profesores la música que nos gustaba. Mi tío Martín me pasaba discos de The Beatles, Baglieto y Serrat. Para una de las muestras de fin de año, nos hicimos los instrumentos con cartones y palos, y hacíamos la mímica de los temas.
—¿Te divertías?
—Me daba ganas de hacerlo y expresarme; la vergüenza comenzaba a tener otro color y en el escenario comenzaba a sentirme un poco más seguro –por ser un lugar de expresión genuino.
—¿Qué pasaba por fuera del taller?
—Escuchaba música y la disfrutaba, y jugaba mucho a la pelota. Agarraba discos de The Beatles y escribía las letras con la fonética en inglés para poder cantarlas.
—¿Cómo era tu relación con el inglés?
—Nunca lo entendí, lo escuchaba fonéticamente y lo escribía, pero no sabía lo que estaba pasando. Me llamaba la atención la música y me daban muchas ganas de cantarla. Ahí nació la pulsión de cantar y el canal para poder traducir emocionalmente algo que me estaba pasando. Comencé a sentirme bien y por eso valoro mucho ese primer encuentro en el cual no estaba la obligación de que "debería cantar" o "debería estudiar". Paulatinamente fue llegando la guitarra. En la casa de mi abuela –en Gualeguaychú– había una y los fines de año alguno de mis tíos la tocaban. Esa guitarra vino a Paraná y comencé a tocarla, comprando libritos – con los acordes dibujados– para aprender. Tocaba canciones que me gustaban y fui aprendiendo los acordes. Fue un hallazgo porque podía tocar la música y cantar, sin depender de un disco.
—¿No tuviste la motivación por aprender el idioma?
—Hace un tiempo leí las letras y las traduje, pero no aprendí el idioma. Aunque sí me pasó con el portugués, que lo aprendí cuando fui a Brasil, y canto canciones en portugués. La lengua portuguesa me favoreció al momento de querer escribir y me amplió el panorama, porque escuchaba y tocaba mucho rock nacional –Spinetta, Fito Páez y Charly García– y Silvio Rodríguez. Cuando me encontré con la música y compositores brasileros se me abrió otro universo, que me ayuda a marcar la diferencia de lo que compongo. Me dio herramientas que no están en la música argentina, ya que la rítmica brasilera tiene una riqueza distinta. La canción argentina tiene su propia idiosincrasia, un desarrollo en el cual hay elementos que no están, pero están en otras músicas. El desafío fue meter desde otros lugares, un lenguaje, una forma de frasear, de decir y narrar, porque la música brasilera tiene mucho más de narración –que el rock no tiene. En ese sentido, el rock es bastante duro, excepto en los grandes cabezones como Spinetta o Charly. En el resto, se bajó el nivel a tocar un riff, escribir un estribillo que sea lo más derecho y cantable posible, y chau. Y lo que se quiere decir, queda en otro plano.
—¿Qué te aportó en términos de formación aquel primer espacio?
—Fueron dos años, porque nos mudamos hacia la zona del hipódromo. Fue un acercamiento a lo expresivo, darme cuenta de que me gustaba cantar, que tenía ganas de tocar y aprender ese lenguaje de la canción. Fue la primera chispa de una inquietud creativa que me vinculaba como un sujeto que se emocionaba y conmovía. Fue una llave para que se abra eso que continúa.
—¿Cuánto tiempo le dedicabas?
—Después de los 12 años –cuando comencé a escuchar más música– aparecieron las figuras de Fito Páez y Charly García como referencias que me impactaban en su posibilidad. Me ayudó a creer que lo podía hacer y que había un juego que podía ser bueno. Escuchaba música y aprendía a tocar la guitarra de manera autodidacta, así que, obviamente, ocupaba más tiempo que el de la escuela –que no me aportó nada de esa necesidad creativa. Cada vez que tenía la posibilidad de hacer o tocar música, lo hacía, si bien jugaba al fútbol y tenía amigos.



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De River y campeón



—¿Otra afición?
—El fútbol, sobre el cual tuve sueños de jugar en Primera. Me creía con condiciones pero no las tenía. Mi hermano más chico sí es un buen jugador e inclusive sigue jugando.
—¿Qué imaginabas y cuándo lo descartaste?
—Quería ser campeón y jugar en River, aunque ahora no soy hincha de River ni en pedo. Jugué en ATM (Asociación de Trabajadores Municipales) y era una travesía llegar hasta el predio. Cuando entré a la secundaria no quería jugar más. Me conocí con Heber Schaff –el tocaba el piano– y nos flasheamos entre los dos, así que me vinculé más con la música –al igual que con otros amigos. Ya escribía mis primeras canciones. Mis viejos –con todos los hermanos– mantuvieron cierta distancia y libertad para que hiciéramos lo que queríamos.



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Escuela y una oportunidad



—¿Leías?
—Poco, solamente las letras de las canciones que tocaba. La lectura apareció al terminar la secundaria.
—¿Qué materias te gustaban?
—No... no sé... Tengo los peores recuerdos de la Secundaria y no la pasaba bien. Quise dejar pero mis viejos no me dejaron.
—¿Tu futuro solo lo asociabas con la música?
—La imagen de Fito Páez como ídolo –cuando apareció El amor después del amor–, Charly y Spinetta me referenciaba a querer ser eso, un tipo que esté parado en un escenario y cantando sus canciones. Por eso me fui a Buenos Aires.
—¿Cuándo?
—A los 20 años, cuando terminé la Secundaria.
—¿Cuál era la idea?
—Estudiar música en un instituto, más formalmente, tocar en la gran ciudad y "llegar al éxito y la fama" –ese imaginario común e idea rara de todos.
—¿Qué otros aportes fueron importantes?
—En la Secundaria, mientras buscaba cómo escribir y tocar acordes, Daniel Rochi organizó unos encuentros de jóvenes músicos que se llamó La Tocata –que se hacía en el teatro (3 de Febrero). Me pareció alucinante porque estaba en una escuela de Paraná V y vinieron a buscarme –porque sabían que tocaba junto con Heber. Sentí una gran libertad y posibilidad de salir del aula, para hacer lo que quería. Descubrí que había gente que también pensaba en eso y le interesaba que los jóvenes tocáramos la guitarra. Me marcó, también, porque fue el encuentro con un escenario real. Soy bastante tímido en cuestiones sociales pero en un escenario me siento que puedo practicar lo que me gusta. Eso me dio un empuje con la idea de "ser una estrella" y que podía ser mi trabajo. Mi vieja me apoyó cuando quise irme a Buenos Aires. A esa edad no la tenía tan clara. Con el tiempo me he dado cuenta que he hecho cosas, aunque no tengo certezas absolutas en cuanto a la dirección. Las cosas aparecen y decido la modalidad de cómo lo hago.
—¿Siempre la lógica fue primero el texto y después la expresión?
—Sí, el primer impacto que tuve en cuanto a que me gustaría hacer canciones fue estar tocando la guitarra –con dos acordes– y comenzar a improvisar –sobre una melodía– cosas que me pasaban. Ahí apareció el texto, de la manera en que lo hacía Charly, Fito y Spinetta –que eran las referencias de ese momento. Pero era más vinculado al sonido de las palabras, no al contenido. Esto último me surgió mucho después. En las canciones que grabamos con el grupo que nos fuimos a Buenos Aires –en el disco Todos los canales– había algo de pintoresco pero sobre el sonido de las palabras –no un peso específico de la narrativa. Eran emociones adolescentes y cosas que había escuchado.




***
Ilusión y crisis terminal



—¿El choque con Buenos Aires?
—Implicó una gran crisis con respecto a cosas que creía.
—¿Respecto a la música o en términos existenciales?
—Existenciales, porque era una persona más grande, y uno se pregunta qué hacer y cómo generar la moneda.
—¿Cuál fue el punto más crítico?
—Cuando se desarmó y hundió todo el proyecto que tenía en la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque me di cuenta que no era como pensaba o como lo quería hacer. Quedé flotando en el océano y se hundió la isla, tratando de creer en algo, porque sino estás cerca del suicidio.
—¿Creaste una ficción?
—Creé algo que no sabía cómo funcionaba, que también tiene que ver con el mercado y el trabajo, y cómo se lleva adelante lo que uno quiere ser.
—¿La gestión y la producción?
—Exacto. Me desencajó porque con los músicos con los cuales trabajaba no lográbamos congeniar hacia dónde apuntar. Mis ideas –que eran más grupales– no se daban, y se ponía en mí un peso que tenía que ver una figura presente o "una estrella" –por el hecho de salir a cantar tus canciones. La presión está bien pero hay que acompañarse un poco. Así se desencajó y desarmó todo, y quedé solo, en medio de una ciudad donde si no tenés las cosas claras... Me tiró para abajo, mal; fue un momento muy crítico.
—¿Estaban conformados como grupo?
—Sí. Vivíamos en San Telmo con Leandro Dago, Heber Schaff, Pablo Guastavino –mi hermano– y Juampi Francisconi –quien ya estaba más encaminado con otras cosas. Me puse a laburar de otra cosa y me volví más loco porque no tenía ganas de hacerlo. Estuve un año y medio, y dije basta; no podía tocar música ni escribir porque me producía dolor, miedo y angustia. En 2007 me volví.
—¿Qué te resultó lo más cruel o complicado de asimilar del sistema?
—Si me hubiese quedado en Buenos Aires –haciendo lo que todo el mundo hace– no sería yo. Tenía que reparar en sonidos musicales e inclusive escribir de determinada manera.
—¿Eso lo impone el mercado?
—En un punto, sí, aunque también tiene que ver con la esencia de cada uno –por eso me volví. No quería hacerlo así porque se iba a perder una parte de mí. Parte de la crisis pasa por acá.





***
Lo brasileño, un cambio



—¿Te sirvió para crecer en término musicales, más allá de la crisis existencial?
—Fue muy enriquecedor haberlo vivido, enfrentarme a una verdad y saber que si era ésa, no la quería –sin dejar de hacer lo que hago. Allá comencé a tocar el pandeiro, me vinculé con la música de otra manera, y comencé a escuchar música y compositores brasileros. Era distinto a lo que habíamos enfocado como grupo, entonces me abrí. Viajé tres meses por Brasil y entendí otra forma de vida.
—¿Una especie de retiro?
—Sí, fue muy enriquecedor y crecí bastante.
—¿Entendiste la esencia musical de lo brasilero?
—Fue cambiar el lenguaje y entender esa esencia, enriquecerse con las cosas que están alrededor, que te modifique y te haga otra persona, mejor. Era la necesidad de conocer otro lugar, personas y maneras, para ver si eso hacía algo en mí. Evidentemente, lo hizo.
—¿Lo hiciste consciente allá?
—No; me voy dando cuenta a medida que pasa el tiempo.
—¿Qué fue lo particular que te permitió comenzar a sentir la música de otra forma?
—Fue muy loco porque comencé a escuchar un poco de hip hop y los brasileños tienen mucho de eso, mucho de la palabra y la palabra dicha y escrita, diciendo cosas. Conocí a un vago de Río Claro –que me regaló un disco y no recuerdo su nombre–, yo llevaba el pandeiro y la guitarra –pero no tocaba– y aprendí a tocar una zamba argentina –que conocía por Alfredo Arce. La aprendí como para decir "esto es música de mi tierra". No tocaba porque no tenía vínculo con la música, y seguía caminando. Tenía una idea fatalista porque todo era muy...
—¿Denso?
—Sí...
—¿Pensaste en suicidarte?
—No como un hecho, pero me preguntaba cómo podía estar tan mal, qué pasaba después de la música y de todo lo que creí en torno a ella, y qué quedaba de todo eso. Estaba muy para adentro y sin poder manifestar nada.





***
Filosofía y entendimiento



—¿A dónde volviste cuando llegaste de Brasil?
—A Bajada Grande. Comencé a escribir y leer más Filosofía, para poder entender, porque me pasaban cosas emocionalmente y las quería entender. Todo era emoción y quedaba en una idea abstracta –como el amor. Pero hay tipos que han escrito ideas concretas sobre el amor.
—¿Qué leíste?
—(Michel) Foucault, (Gilles) Deleuze, (Félix) Guattari, un poco más de (Friedrich) Nietzsche... para que me involucraran más con el entendimiento.
—¿Llegaste a algunas conclusiones?
—Me llevó a poder darme cuenta del nivel de locura que hay en la sociedad occidental.
—¿No eras consciente de eso?
—No, porque cuando sos más chico la locura pasa por otro lado. No obstante que, también, la tomo como un espacio bueno. Encontré un cauce y comencé a ser más claro conmigo mismo: el mundo está mal y está bien que te angustien determinadas cosas, pero hay que hacer algo con eso –como una canción. Comencé a escribir de otra manera y poder decir lo que me parecía bien y mal de una sociedad o un comportamiento, o describir determinados paisajes que mi vinculan con algo que estoy viviendo.
—¿Antes no había habido nada de esto?
—No; no estaba de la misma manera. Eran ideas sueltas en las canciones con otras cosas. Cuando volví de la crisis, comenzó a aparecer y me di cuenta que no resultaba utilizar una metáfora o una alegoría, porque quise ser más claro y estar más presente. Le vengo encontrando la vuelta, y es algo que no se agotará.
—¿Qué fue lo primero con lo que te sentiste conforme, hecho desde esta nueva mirada?
—Hay una canción que es bastante significativa que se llama Rasguido doble (ver recuadro), en la cual comencé a escribir en el contexto donde estoy, me di cuenta cómo funciona la sociedad en la cual vivo, y cómo determinados objetos están puestos y dispuestos para generar y crear determinados comportamientos en las personas. Me marcó bastante por la forma en que fue hecha y por su misma forma –bien básica, estrofa, estrofa, estrofa, estribillo, sin interludios. Otra –pensando en la muerte y el suicidio– fue cuando alquilamos con Fer –mi compañera– una casa en Bajada Grande y el chico de al lado –de 18 años– se suicidó. Estaba dentro de mi casa, la novia lo vino a buscar, escuché un ruido de ventana, entró y comenzó a llorar. Salí y me dijo: "Está todo reventado", y la abracé. Con eso escribí, José y la gurisa (ver recuadro).
—¿Cuál era tu relación con ellos?
—Vecinos, lo conocía de pasada. Pero pensé en la idea de que hay otras personas que están peor y con menos herramientas para zafar. Fue shockeante, porque yo venía con depresión y angustia. Cuando la escribí, mi hermano me dijo que era otro tipo de narración "porque vos no escribías así". Comenzaron a aparecer realidades muy concretas, y comencé a creer en la mirada del otro y de mis colegas, respecto a mi trabajo.
—¿Reconvertiste la idea del éxito?
—Sí, tampoco la tengo muy bien formada. El éxito en términos económicos y de fama –dicho por tipos que han sido exitosos y famosos– no sé si contribuye a una capacidad humana. Supongo que puede llegar en cualquier momento y no es algo que persiga. Si lo hice, lo dejé de hacer, pero sigo creyendo que puede aparecer en cualquier momento, de un hecho mínimo –como una canción o una buena idea. Muchas veces estás tocando para cinco personas, te aplauden y te da mucha energía positiva, al igual que si te aplauden 2.000. Me interesa hacer bien trabajo y lo seguiré haciendo así.
—¿Te sentís seguro desde el punto de vista del oficio?
—Lo aprendí con el grupo Samba na Esquina que lo armamos con mi hermano Mauri, un poco en juego al principio. Pero en un momento comenzamos a tocar para más personas y comencé a entender el oficio musical: ir a tocar, hacer la actuación... No lo practicaba con mis canciones sino con un repertorio y un grupo de diez personas, que cobra por su trabajo, tiene una planta de sonido planteada y otros requisitos en términos de producción para que funcione. Ahora quiero vincular más mi mundo de canciones con ese oficio que aprendí. Todo el año pasado trabajé sobre un repertorio que se llamó Paisaje o basura, y lo presenté en muchos lados. Me cuesta más que "ponerme el disfraz de sambista", pero lo iré haciendo y no tengo apuro.



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Los 31, en la calle



—¿Cómo fue la génesis del grupo?
—En 2006 yo venía tocando el pandeiro y mi hermano Mauri estaba un poco vinculado con la música brasileña –tocando el cavaquinho. Salíamos a la calle con un tamborín, un pandeiro, un cavaquinho, nos poníamos a cantar samba y atraía gente. Lo hicimos un 31 de diciembre en la esquina de San Martín y Victoria, y ahí fueron todas –salvo la última, en la plaza. A lo largo del tiempo me doy cuenta del funcionamiento que tuvo el grupo, ya que en ese momento éramos cuatro, y terminamos tocando este año para 2.000 personas, con un grupo de diez personas conformado y en el cual tocó el Negro (Carlos) Aguirre y Gonza (Gonzalo) Díaz. Hay que ser consecuente.
—¿Qué les provocaba la devolución de la gente, teniendo en cuenta que no es una música instalada en nuestro medio?
—Es raro. El vínculo es horizontal, se desarrolla y te trasciende. Se creó la idea de que los 31 (de diciembre) eran en la calle porque había un grupo tocando, y para mí también fue sorprendente. No sé por qué fue creciendo año a año. Ahora dejaré de tocar en Samba na Esquina, me abocaré a mis canciones y a armar mi grupo.
—¿Cuál es el balance final?
—Aprendí mucho del oficio de ser músico y laburar en grupo, vincularse en forma horizontal –donde todos pueden aportar ideas y hay un funcionamiento grupal que te respalda. Todo eso lo aprendí ahí y lo quiero hacer ahora con mis músicos.



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Realidad y violencia



—¿Qué te inspira hoy?
—La realidad me parece un lugar a descifrar, puede llegar a ser abstracto pero necesita de esclarecerse, poner en claro dónde están las formas y cómo funcionan. Escribo sobre eso. Muchas veces me vinculo no desde la belleza ya que la realidad es violenta y necesita ser dicha de esa manera. Cada vez escribo más sobre mi realidad, el contexto político y artístico, las maneras de amar, las crisis, por qué pasan, el amor mal aprendido... Me separé pero sigo creyendo y sintiendo amor por la persona con la cual compartí tantos años...
—¿Se puede anunciar algo respecto a la nueva etapa?
—Tengo una presentación en Corrientes en un encuentro de cantautores, el 3 y 4 de marzo. Sigo tocando Paisaje o basura –guitarra y voz– y estoy grabando un proyecto que se llama Chamamé Cero –para el cual me vinculé con el sobrino del Negro Aguirre, Bernardo Aguirre, quien también es compositor y toca la guitarra. Incluye composiciones de él y mías. Jugamos con la idea de que no hay música de chamamé, y para llamar la atención. Me siento compositor de este lugar, más allá de cómo funcione el aparato cultural.


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José y la gurisa

Un triste y un mal final de algo somnoliento/Principio de un verano que fue en Paraná/Algo anda mal por Bajada/La calle es x y no pasan autos/Y el sol de la siesta.../Despega los carteles del fracaso y los vuelve basura./De la pared, red, sin rumbo se oye un solo grito/Después cayó la ventana, y ahí el espanto/Hay tanta fuerza en tus brazos/Que alzan todo un cuerpo que colgado/Y cansado... fue a descansar/Ya nada mas podrá volver a armarlo ni a besarlo nadie/El inmediato dolor, llora la gurisa/La pericia es lo mismo al desguazamiento/De un descontrol nació el intento/De ver si en otro lado hay otro cuento/Sin deudas, sin ausencias.../Imaginando toda la locura que precisa y dicta/Innecesario vivir del carecimiento/De un sistema que en sí, ni le importa esto/Sin contención ni fideos/Y el hambre y el aprecio/Tengan precio, desprecio todo el amor/De todo lo ocurrido solo queda un triste y un mal recuerdo...

Pedro Guastavino



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Rasguido doble


Cobre del zorzal que arrastra hacia el tormento de un Tupí/A un indio que olvidado en un lugar/Ligado, ahora hace un cielo de albañil/Y con dureza viene a recordarme/A una figura, lejos.../Y a cuanto el río crece más sé está/Cerca del temporal.../Sangre y humedad de un pobre rancherío en la orilla/Que esta apartado y siempre trabajar, siempre trabajar/En la periferia del jornal/El sol se va azotando en el lomo/De una estructura vieja/Y el silencio se agarra de la voz/Para después cantar.../Río, será que tiene que pasar mal tiempo...?/Río, parte del remanso suena por dentro.../Río, crecida de la historia y jornaleros/Río, la sombra se mezcla en mi pensamiento/Y ante todos pasara...todo pasara/Se que pronto el río bajara...

Pedro Guastavino



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Paraná y la cultura: entre lo patético y la autogestión


Guastavino recuerda la clausura de la Cueva Cultural Obrera el 31 de diciembre, cuando tenían previsto ofrecer un recital que finalmente se desarrolló como históricamente lo hizo el grupo, en la calle.
—¿Cuál es tu lectura de la realidad artística paranaense –en general?
—Paraná es un lugar poco desarrollado en términos de aparato para que la expresión pueda funcionar mejor: hay muchos artistas, músicos y personas que creen en lo creativo, pero pocos posibilitadores y mucha dificultad para trabajar bien. Es difícil. El Samba (na Esquina) logró lo que logró de una manera autogestiva y no siempre vinculado a las instituciones –que finalmente terminan reparando en cómo laburan los grupos y se quedan a gamba porque no tienen infraestructura para apoyar. Quienes están en la burocracia artística hacen agua desde hace mucho, no hay continuidad porque aparecen otros actores y cambian todo, lo cual frena y es patético.
—¿Cómo viviste el problema de fin de año?
—Buenísimo. La idea era hacerlo en un lugar porque creció el nivel de público, y por cuestiones técnicas y de sonido. El patio fue clausurado y tuvimos que volver a hacerlo en la calle, en la plaza. La experiencia fue alucinante, por la energía amorosa propia del samba, y por ser una roda hecha con gente sentada en el piso, cerca de nosotros. Siempre fue bueno y nunca pasó nada feo ni peleas. Es una realidad cuidada.
—¿Qué sentiste cuando les notificaron la clausura del lugar?
—Fue desprolijo porque hubieran podido haber dicho que no podíamos usar ese lugar una semana antes, pero lo hicieron el día antes.
—¿En el medio hubo algún entredicho o mal entendido?
—No, porque aparentemente llegó la Municipalidad y le cayeron con la clausura al dueño del lugar –el Chapu García–, quien nos dijo que no se podía hacer. Incluso cuando tocamos en la Peatonal, estaban la luces prendidas de la Plaza pero las de la Peatonal, todas apagadas. Nos pareció llamativo pero no nos hicimos problema.




***
Arte, religión y capitalismo

Estas cantando mal otra canción/hoy piensas en salir de aquí/aunque más que nada y sobre todo,/lo que buscas es salir de adentro/Todo este día se freno una vez más/y más, si no logras captar.../lo que estas hurgando en las palabras/y balbuceas con tu alimento/Y siempre para oír ese maldito estribillo/y cuantas veces más vos lo veas necesario/siempre con la piel y siempre para bien/todo atrás de esa ecuación que quizás/te toque un resplandor o la ocasidad de un baúl/Hoy vas del juego a la resurrección/dentro de lo que te crees capas/si esto termina, no querrás ver más/tu cuerpo adentro de este templo/Que no es extraño, en cuanto al negocio,/alguien lo pensó muy bien.../si es con el léxico que alguna vez/vas a lograr pegar un éxito/Y tomar cuanto antes ese tren que siempre pasa/por esa ambición de una música inaudita.../y cuanto te paso y que es lo inspiró./Después que te suelte podrás ver si/realmente sos vos el que se encuentra en el silencio/rezando ese rock, dando una oración por radio/y bla bla bla bla bla, bla bla bla bla bla, bla bla bla
Pedro Guastavino

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