Daniel Caraffini / De la Redacción de UNO
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Naturalizada, como la mejor forma de ignorarla, la violencia que se vive en los barrios moldea la vida diaria de muchas personas. Tiroteos, asaltos, homicidios, violaciones son la experiencia que acumulan los habitantes de esas zonas degradadas y carentes, que parecen cada más inviables, insostenibles, denigrantes.
El caso del bebé de 11 meses muerto en un tiroteo, las constantes refriegas en el Lomas del Mirador, Municipal, Paraná XVI, Anacleto Medina o tantos otros barrios de Paraná, las peleas entre bandas con el trasfondo del negocio de la droga, la presencia cada vez más insostenible de las armas, son algunos de los hechos que trascienden y se conocen en la gran opinión pública. Pero el diario andar de la mayoría de los vecinos que soportan esas situaciones resulta imposible dimensionar para quienes no la viven: encerrados, en alerta, descifrando los códigos mafiosos, impedidos de realizar actividades para no dejar sola la casa, no poder ir a tomar un colectivo, afectados en su salud psíquica. Casi como una época feudal, unos pocos “señores” son dueños de cada zona.
El día que mataron al bebé, las madres que esperaban el colectivo y escucharon los disparos y gritos no fueron a trabajar. Volvieron a sus viviendas a buscar a sus hijos; y los patrones se enojaron porque las chicas –la mayoría limpia casas de familias del centro– no llegaron a trabajar a sus domicilios.
Por eso, los que pueden –que son pocos–, se van. Y no parecen asomar signos de cambio en el horizonte; más bien todo lo contrario.
Las reuniones entre Justicia, Policía, vecinos parecen siempre destinadas, más tarde que temprano, a naufragar ante la prepotencia e impunidad de bandas o jefes.
No es la pobreza, tampoco la falta de trabajo, la que origina estos conflictos; sí, en cambio, son el caldo de cultivo para el negocio de la droga que desde la periferia se distribuye a los sectores medios y altos de la sociedad, para su consumo. Por las drogas mueren y matan los jóvenes en los barrios, para que las “disfruten” otros.
Los mercaderes también pueden “mantener económicamente” a los barrios, y como daño colateral, destruirlos. Por eso muchos vecinos hablan bien de determinados personajes del hampa, al que suelen extrañar cuando no están más en el barrio “porque ellos nos cuidaban”.
Se mal vive en las ciudades grandes, populosas, pero también las más pequeñas comienzan a sentir los efectos de esa realidad de fragmentación urbana, con el trasfondo de la droga como causa y efecto.
La epidemia de violencia son los daños colaterales de un sistema que por ejemplo, enaltece inversiones inmobiliarias privadas, muchas veces financiada con fondos “manchados” por los negocios narcos.
O en dichos del recientemente fallecido Eduardo Galeano, “la violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo”.
El más violento es el que siempre gana, la violencia se naturaliza, y el negocio de las armas también adquiere una dimensión incalculable.
Cuesta pensar cómo en esos ámbitos, por ejemplo, se conforma la personalidad de niños y jóvenes. En cambio, resulta sencillo entender las razones que marcan esa espiral de violencia que detona el delito en los barrios, y que se diversifica e intensifica en toda la sociedad. La violencia de género, el maltrato familiar, los ataques callejeros, no tienen su razón solo en factores personales, sino en ese diario sufrir de una andanada de violencia.
Durante esta semana, distintos hechos conmocionaron a la opinión pública paranaense y activaron reuniones para trabajar en acción y prevención policial. “La violencia va en aumento”, “no damos abasto con las denuncias”, fueron entre otras, las expresiones de confesión y reconocimiento del fracaso de las medidas de seguridad y prevención.
Y otra respuesta fueron allanamientos y operativos policiales.
Si la presencia policial se mantiene en esas zonas servirá para paliar la situación, para morigerar al menos la impunidad de la violencia durante un tiempo. Pero para que esos barrios no sean inviables, restarán muchas otras acciones más, integrales, complejas y de largo plazo, que abarquen una administración de Justicia más comprometida y eficiente, una inclusión social que profundice las estrategias educativas, y un clima de tolerancia y convivencia en toda la sociedad.
Hoy son las drogas, las armas, y mañana podrían ser otras las causas, porque el problema reside en las condiciones sociales, en un universo naturalizado, en un estilo de vida que justifica la violencia, que exalta la ley del más fuerte, del todo vale, o de que la vida no vale nada.
La ambición de cambio resulta casi desmedida, y así, la mutación de esos barrios convertidos en propiedad de los violentos, casi inverosímil. Y el panorama, desalentador: “No tengo palabras... Simplemente que estamos rezando, ofreciendo misas y acompañando humanamente en lo que se puede”, alcanzó a decir el padre Germán Brusa, de la capilla San Martín de Porres –en Anacleto Medina–, al ser consultado por UNO por el trágico desenlace del bebé de 11 meses. En ese, uno de los tantos barrios convulsionados de Paraná, se vivirá hoy la celebración de San Expedito, patrono de lo imposible y de las causas urgentes.
Rezar por lo imposible y por las causas urgentes
19 de abril 2015 · 06:00hs