La historia del gomero que dice ser el último en ver a la familia Gill

Jacinto Haller afirmó que estuvo en su gomería de La Picada con los desaparecidos hace ya 14 años  
17 de junio 2016 · 09:05hs
José Amado/De la Redacción de UNO
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La historia de Jacinto Domingo Haller es la única que apunta algo respecto de lo que pudo haber sucedido con la familia Gill luego del 13 de enero de 2002. Lo demás son hipótesis que nunca encontraron prueba alguna, por impericia o negligencia judicial y policial. Se cumplieron 14 años de la desaparición de Rubén José Gill, de 55 años, su esposa, Margarita Norma Gallegos, de 26, y sus chicos María Ofelia de 12, Osvaldo José de 9, Sofía Margarita de 6 y Carlos Daniel de 2: ya nadie los busca, pero sus seres queridos todavía esperan.

Algunos sostienen que el gomero de La Picada es un fabulador, otros le dan crédito al presunto encuentro que mantuvo con Mencho, su esposa y los cuatro hijos. Ya retirado de la gomería de la YPF ubicada sobre la ruta 12, recibió a UNO en su casa y contó lo que ya se dijo y algunos detalles más. Su relato va desde el encuentro con la familia de Crucesitas Séptima hasta los rumores acerca de su destino en Corrientes, pasando por su creencia de que “la Policía de Nogoyá, un juez, un abogado y un político están metidos en esto”, aunque no sabe nombres.

Haller acomodó unos banquitos de madera en el patio, debajo de un toldo entre ruedas de autos, mangueras, una bicicleta, dos perros y un gato. El encuentro no estuvo pautado, pero empezó a hablar como si lo estuviera esperando: “Están diciendo que no hay testigos y yo soy testigo ¿cómo van a decir una cosa así? Es largo de contar todo”, dice Jacinto y se interrumpe por única vez con un “¡juira camine pa’llá!” dirigido a los perritos.

Y sigue:

—Comienza así la historia: yo trabajaba en la gomería y fijate cómo son las cosas, estaba pensando en la muerte de mi madre debajo de un árbol. Hacía una calor y andaba la mosca cachilera. Me lavé la cara en la palangana y me acosté arriba de una goma. Paró un auto, habrán sido las tres y media, las cuatro, en eso no se puede mentir, no se puede agregar nada. Levanto la cabeza y era un Chevrolet 400, que dicen que era un Falcon, porque son medio parecidos. Miraba con un solo ojo porque la broza refleja. Venía el hombre, después me enteré que era Gill. “¿Me puede arreglar esta goma?”, me dijo. La dejó ahí y se fue para el auto, que tenía una cama arriba, cajas grandes, bultos, recién hoy voy a contar esto. Desarmé la goma y en eso vino un gurisito, tendría 8 o 9 años, medio menudito, y en mi cabeza yo pensaba ¿cómo hago para descubrir esta gente de dónde es? Le digo al gurisito ¿salieron de San Benito y se van a Villa Urquiza? “No señor. Nosotros somos de Crucesitas Séptima, salimos de vacaciones y nos vamos al Gauchito Gil”. Y le digo: “Pero si ese es un gil de goma” y me iba sonriendo para adentro. Y me retrucó el gurí, me dice: “No se ría señor porque nosotros somos de apellido Gill”. El viejo estaba en una sombra en la playa. Yo hablaba fuerte para que viniera. Entonces le dije “¿Así que el que está muerto en Mercedes, Corrientes, es tu tío?”. “No”, dijo, y se rió.

Sobre la mujer, Margarita, Haller dijo que “se fue caminando con dos gurisitos del brazo para el baño”, mientras por fin la charla con Mencho comenzó:

—Por ahí viene el viejo -continuó el gomero-, y le digo: ¿Así que se van de vacaciones don? “Sí” dice. ¿Y se van por muchos días? “No, 10 días o 15 porque después me quedo todo el año trabajando en el campo”. ¿Tiene campo usted?, le dije. Se ríe y dice “Yo no, don Alfonso Goethe. El dueño del campo vive en Seguí”. Hemos conversado bastante ahí. Armamos la cubierta y me contó que iba al Gauchito Gil, y eso me tenía medio preocupado a mí para encargarle un rosario. Me lavo la cara y le digo: “Don, le voy a dar a la señora 10 pesos, que era plata en ese entonces, para que me traiga unos cuantos rosarios bendecidos del Gauchito Gil, ya que van. “No” dice, “no pasamos más nosotros porque a la vuelta vamos a Mercedes ya me quedo porque conseguí un trabajo y entro allá arriba cuando venga”. La cabeza mía rezongó en silencio, con tal de no traerme me están metiendo una hueca. Pero no me enojé. Me empezó a contar que donde estaba había mucho trabajo, y donde se iba había animales, algo así. Dijo que hacía como 12 o 13 años que estaba ahí, que nunca podía tener un mango, que era mucho trabajo para él con los gurises que estaban criando. Y le digo: “¿cómo conseguiste el trabajo?” ¡Y me lo nombró pero no me acuerdo el apellido! Y me dijo que se venía hasta acá, pero no llegaba a la ruta 12, él nombró un paraje, me empezó a contar que iba a estar mejor allá y estaba contento. Lo miro al viejo, ¡pero qué nariz que tenía, qué narigota! Le estaba por decir un chiste. Después cuando me muestran la foto ¡era ese! Cuando viene el gurí le dice: “Papi vamos”. Y yo le miraba la nariz, semejante nariz. Se va este hombre al auto, se despide y me quedo sentado mirándolo. No cargaron nafta ni compraron nada en el quiosco, se bañaron nomás. Manejó muy bien, hizo los cambios correctamente. Cuando se fueron saqué la silla y la puse ahí. Me fijé el reloj y eran las seis de la tarde.

Ni auto, ni vacaciones
Son varias las cuestiones de la investigación que hicieron dudar de la historia del gomero: que Mencho no tenía auto ni sabía manejar, que sus pertenencias quedaron en la casa del campo de Crucesitas Séptima, que Margarita trabajaba en una escuela donde no avisó que se iba y ni siquiera fue a cobrar el último sueldo. Además, ante la decisión de irse, no dijeron nada a sus familiares: ni a los de la mujer en Nogoyá, ni a Otto y Luisa Gill, los hermanos de Rubén en Paraná, entre otros.

Tiempo después se buscó a la familia en Corrientes, Córdoba, Chaco, Santa Fe, y no encontraron ni un rastro. El dueño del campo y patrón de Mencho, Alfonso Goethe, quedó en el centro de las sospechas, pero nunca se encontró una prueba en su contra, con una investigación lenta y deficiente. A un empleado le hizo prender fuego los colchones porque estaban podridos. Dicen que Rubén quería irse hacía tiempo pero el viejo le debía plata y no lo dejaba. Cuando fueron los policías de Nogoyá a recorrer el campo los recibió con una vaquilla asada. Esto último podría coincidir con una parte del diálogo que narra Jacinto con Mencho.

Otros datos en la historia de Haller
Con el tiempo, Jacinto Haller se fue encontrando con otras personas y mantuvo charlas en las que obtuvo datos que abonaron su teoría, según cuenta y recuerda. Pero lo primero fue su ingreso a la causa judicial como testigo: “Como en junio o julio, empieza la televisión y los diarios a pedir informes, si había algún testigo, alguien que los haya visto. Me dice mi mujer ‘no te metás’. Pero qué están hablando de un homicidio de don Alfonso Goethe, que yo no lo conocía”.
El hombre llamó por teléfono al estanciero, quien al día siguiente cayó a la gomería con la Policía, y después le llegó la citación para declarar en Nogoyá. “Yo por la familia Gill no pongo un peso, pero si la Policía me lleva todos los días a declarar, todos los días voy a decir lo mismo. Les hice un resumen de la conversación que tuve”, cuenta Jacinto.
Un hombre que pasó por su gomería le contó algo que confirmaría la existencia del auto: “A los cinco años, mirá cómo viene todo este matete, aparece un tal Cané que era de Viale, trabaja en Villa Urquiza, siempre me preguntaba por los Gill, y dice que cuando la familia desapareció, antes estuvo en un velorio y él estaba ahí. El auto estaba parado enfrente, era un Falcon recién pintado, y esa noche estuvieron conversando”.
Otro episodio fue con un camionero que viajaba al norte, paró en la gomería y le preguntó por los Gill. Jacinto le pidió un favor: que cuando pasara por Saladas, Corrientes, preguntara si alguien sabía algo de la familia. El chofer se negó porque “no quería problemas”. Pero al tiempo el camionero regresó y le contó que paró en una gomería de Saladas a inflar una rueda, donde consultó: “Por acá hay una familia que ando buscando, pero no me acuerdo el apellido”. El gomero correntino le dijo: “Mirá, acá en el camino grande como a cuatro kilómetros, entró una familia hace cuatro o seis años, de apellido Gill”. Al parecer, según sospecha Haller, la Policía de Nogoyá “le aconsejó que no hablara”.
Hace unos tres años, a Jacinto se le abrió la memoria y recordó que el lugar que le había dicho Mencho sobre dónde iría a trabajar era Sauce de Luna, Departamento Federal. Fue durante otro encuentro con un cliente: “Aparece por la gomería un viejo con bombacha bataraza como se usaba antes, y me cuenta de un amigo suyo que trabajaba en Sauce de Luna, y ahí me acuerdo del lugar, ¡Pero si eso es lo que me dijo el viejo, que se quedaban en Sauce de Luna a la vuelta del Gauchito Gil!”.
El gomero de La Picada cree que los Gill están en Corrientes, fueron a Saladas, pero después “los llevaron a Bella Vista”. En un punto de la conversación, las historias se entremezclan, se confunde el recorrido que podría haber hecho la familia, y los cabos quedan más sueltos que antes. Más allá de las diversas versiones que surgieron en la investigación, lo que se hizo parece haber sido poco. Son seis personas que el Estado no pudo encontrar. No hay misterio, hay negligencia: se dice que las primeras 48 horas de un caso son clave, y acá el juez Sebastián Gallino ordenó el primer allanamiento 18 meses después. No son prófugos que no quieren ser encontrados, sino de una familia de la que 14 años después nadie sabe nada.


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