Daniel Caraffini / De la Redacción de UNO
[email protected]
Si de algo se habló a lo largo de toda la campaña es del otro, pero mal. Y eso no sería novedad, porque nos acostumbramos cada vez más que en tiempo de elecciones vale todo. Tan sencillo como eso. Un mensaje que desde los medios se replica y que cada padre explica a sus hijos con esos términos. Los carteles están dañados porque están en campaña y se desacreditan de esa forma.
Y con algo tan vulgar como una pintada, una volanteada, se perjudica a los candidatos, y sin darnos cuenta también a la educación, al respeto y a algo que siempre se pide y nunca se entiende, a los valores.
Durante el tiempo que duró el recorrido por la tevé, la radio, las calles, los portales de Internet, las redes sociales, no se escucharon propuestas de seguridad vial, una problemática que causa miles de muertes cada año en el país, y que pese al paso del tiempo no disminuyen los accidentes. Fue algo que no se conoció, no se expuso públicamente, y tal vez es esa indiferencia la que provoca en algún aspecto el poco apego por la vida, ya no solo de uno mismo sino del otro.
Hace una semana, un conductor “ebrio” y a excesiva velocidad mató a una joven madre e hirió a cuatro pasajeros más en Paraná. Todas las leyes de tránsito se infringieron en un instante: exceso de pasajeros, velocidad no permitida, alcohol o sustancias prohibidas al volante –aunque aún no se conocieron los estudios médicos– e irresponsabilidad e inconsciencia también de quienes se subieron.
A ello hay que sumarle que solo atinó a decir que no manejaba y se retiró: hizo abandono de persona, con los atenuantes que se le quiera agregar (estado de shock, alcoholizado...), y volvió acompañado solo para buscar su celular, no por las víctimas.
La realidad en las calles es un ejemplo de lo poco que importa el otro. De otra manera, en la política, también se presenta en forma similar: agredir, descalificar y destruir son las claves. Una cultura del todo vale y, al mismo tiempo, del nada importa.
Y porque no importa es que no hay un compromiso público estratégico en la materia. No basta con poner a Gendarmería en lugares estratégicos, reductores de velocidad en los pueblos, semáforos en todas las esquinas, cámaras o multas fotográficas. Más bien es necesaria la educación vial, cultura vial, respeto vial. En definitiva, más educación. ¿De qué sirve que los pequeños hagan los cursos y visiten un stand si se suben al auto con sus padres y no se colocan el cinturón de seguridad, y van saltando en el vehículo? ¿O si en las vacaciones ven cómo realizan maniobras riesgosas para pasar un auto y adelantarse centímetros, nada más?
¿Por qué no cuidar lo más valioso, que es la vida? ¿Cuándo comenzó a naturalizarse que una beba se quede sin madre porque esta salió a bailar, que se subió al auto de un desconocido que era piloto y que pisó el acelerador hasta chocar una casa y matarla? ¿Cuándo las estrellas amarillas empezaron a ser parte naturalizado del paisaje de la ciudad, de los accesos y los caminos nacionales? ¿Qué candidato que hoy las urnas den por ganador se acordará de las víctimas viales, de la prevención y de poner de una vez por todas a la problemática en la agenda de prioridades?
El semáforo de las vidas está en rojo hace mucho tiempo y la seguridad vial fue un tema poco visto en campaña.
Lo que no se habló en la campaña
25 de octubre 2015 · 08:41hs