La soja y los panzaverdes: ¿Es que debemos adaptar la cabeza a un sombrero?

Descubriendo Entre Ríos. A la pregunta en torno de supuestos daños de herbicidas y transgénicos le preceden otras, sobre el diagnóstico del paciente y el remedio adecuado
8 de junio 2015 · 06:54hs
Tirso Fiorotto / De la Redacción de UNO 
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Aquí nuestras preguntas para colaborar con un diálogo que será provechoso. Así podremos rumiar con tiempo, confiados en que la reflexión serena dará frutos maduros. Se trata de asuntos hondos como alimentos, trabajo, ambiente, salud, arraigo de nuestras familias, así que la confianza mutua será de gran ayuda. 

Entregamos estos interrogantes a una suerte de rueda de mate, donde no se puede macanear porque compartimos la savia con la tierra, el aliento con nuestros antepasados.

Tal vez vayan con pizcas de sal y pimienta para no resultar desabridos, nada más.

Y bien, sin más prólogo, va la primera pregunta: ¿Quién de nosotros hizo el necesario diagnóstico del paciente en los ‘90, es decir, describió de cuerpo entero nuestro territorio entrerriano en lo cultural, social, histórico, ambiental, geográfico, económico, para sentar las razones de un cambio drástico en la matriz productiva? 

Y la segunda pregunta (de tres principales, para no molestar): en el supuesto de que alguien de nosotros haya hecho y presentado ese diagnóstico imprescindible, ¿quién de los entrerrianos prescribió el sistema sostenido en semillas transgénicas y herbicidas, como un remedio a nuestra enfermedad crónica?

Panel: 11 de junio

Dos organizaciones de periodistas entrerrianos llaman a un panel sobre agricultura con químicos y semillas genéticamente modificadas. Será en Agmer Paraná (calle Laprida) este jueves 11 de junio a las 19. Ahí estaremos, y saludaremos a los colegas homenajeados.

Las dos preguntas que abren esta columna están dirigidas a todos nosotros, incluidos los panelistas. Son retóricas y no tanto. Los que piensan la región, los que estudian asuntos de cosmovisión, trabajo, ambiente, arraigo, ¿fueron convocados para ese diagnóstico que justificaría la incorporación del modelo llamado “Monsanto”?

Hemos leído a historiadores, economistas, estudiosos varios, artistas, pensadores en fin, que reiteraron durante casi un siglo que el éxodo y el latifundio son un flagelo para Entre Ríos. Lo dicen estadísticas y poetas, lo dicen nuestros ojos y nuestras lágrimas cuando viajamos entre taperas y pueblos fantasmas. Es el destierro de los que se marcharon a las villas de Buenos Aires y los hacinados en los barrios de Paraná, Concordia, Gualeguaychú, Concepción, en fin. Todos por falta de trabajo, de oportunidades.

Si ese es el diagnóstico de situación y escarbamos en las causas, salvando el aislamiento (porque el éxodo continuó décadas después de construir puentes sobre el Uruguay y el Paraná, una empresa hidroeléctrica, un túnel con Santa Fe…), ¿no buscaríamos por el lado de la propiedad y el uso del suelo, el sistema de producción, el comercio de los alimentos, el estado de servidumbre? 

El pueblo quiere saber

La principal riqueza natural de Entre Ríos está en el suelo, el clima, el agua, el monte, los pastizales, y el 90% de los entrerrianos no acceden a un espacio para una explotación sustentable. En los problemas de la producción de alimentos, el intercambio, el acceso a la tierra, están unas de las causas principales del destierro.

Ahora bien: conscientes de ello, y llegada la hora de revertir este proceso, de brindar posibilidades para el arraigo, para el retorno de los expulsados, la alimentación sana y en cercanía, el trabajo decente y comunitario, ¿a quién se le ocurrió que los transgénicos cultivados a escala con derroche de herbicidas y grandes máquinas, serían el remedio?

¿Dónde están las razones que justifiquen el desembarco furioso del régimen?

El capitalismo impone reglas, se dirá. En “la madre que parió a todas” las zonceras argentinas, Arturo Jauretche  recuerda esta frase de Varela: “si el sombrero existe, solo se trata de adecuar la cabeza al sombrero”.

¿Admitiremos que Monsanto diseñó desde el estado de Misuri (puerta al far west), un vistoso sombrero tejano para venderle al mundo, y que los (otros) sureños debimos adaptar la cabeza? ¿Nos reconoceremos entonces colonia de los cowboys? ¿Y cómo compatibilizar eso con la Constitución, la soberanía, la república, la democracia?

Biocidio panzaverde

Es necesario mirar más allá del desembarco de la soja y su séquito. De lo contrario nos pasaremos la vida peleando contra una emergente. La devastación de Entre Ríos en los setenta años anteriores a la soja tiene un nombre: biocidio. Y ese ataque al ambiente sucedió al ataque a las personas, que duró siglos aquí por la empecinada resistencia charrúa.

El suelo, el monte y el mundo del monte sufrieron una violación repartida en varias generaciones. Y en simultáneo se produjo el destierro de las familias. Combo insólito. La tala rasa, con la muerte de millones de ejemplares y la destrucción del nido de miles de especies, es nuestra historia vergonzante todavía oculta. Lo mismo, la erosión por las prácticas incorrectas, arado, disco, rastras, en un suelo arcilloso, desmontado, con lluvias copiosas... Todo eso antes de la soja. 

Ahora, dada esta enfermedad crónica que acabamos de describir; cuando ya conocíamos los daños y teníamos que dar un giro de 180 grados, ¿fue el sistema de transgénicos y herbicidas la cura para nuestros males?

Ignoremos por un instante los estudios de Andrés Carrasco, Rafael Lajmanovich y otros muchos (hemos divulgado sus aportes), ocultemos a Fabián Tomassi; hagamos de cuenta que el glifosato y sus coadyuvantes, los transgénicos y los insecticidas, etc, no nos enferman, ¿pero acaso nos curan?

¿Es un remedio?

Como cualquier engaño, el modelo se recostó en medias verdades. La siembra directa, por caso, permitió una menor erosión del suelo. Pero nuestros suelos podían recibir otros cuidados, en los que los entrerrianos somos expertos, y debían extenderse a todo el territorio, antes que comprar el paquete con tanta (digamos) candidez.

Para seguir el hilo: estamos discutiendo si nos enferman, pero no discutimos, antes, si los tomamos para curarnos o qué. Valga la insistencia.

Esta tercera pregunta que se suma a las dos del principio resulta medular. Los laboratorios que nos venden la pastilla (para el caso, transgénicos con herbicidas), nos han arrastrado a una discusión posterior, acerca del glifosato y la modificación genética. No debemos rehuir a ese debate, pero puentearon las preguntas previas: ¿cuál es el diagnóstico? ¿Este combo nos sana? Y otras aún anteriores: ¿aceptamos a la Argentina como granero (zoncera 35), y a Entre Ríos como patio trasero de ese granero que cambia soja por trenes bajo el trillado eslogan de “comprar a quien nos compra” (zoncera 36)? ¿Estamos de acuerdo con que el pueblo no delibera ni gobierna?

Y bien: la semilla resistente y su correspondiente herbicida podrían ser un caro placebo para nuestros males, inocuo. Sin embargo, nos hallamos ante una situación rayana en el disparate: resulta que no sólo no nos sanan, sino que además nos añaden otros virus. Y como si fuera poco, ahora debemos encarar el virus ya introducido, la naturalización del herbicida entre los vecinos, propaganda mediante. Al punto que algunos van al comercio a pedir “remedio para los yuyos”. Le llaman remedio, también en la ciudad.

El Stetson de Wayne

Planteada la duda, de si el régimen de los agronegocios llegó para atender nuestros males, y ante la certeza de que no es el medicamento apropiado, ahora sí nos disponemos a debatir este tema adicional: el régimen no nos cura, y además presenta contraindicaciones en todas las dimensiones. Como se ve, ni empezamos a hablar del asunto y se nos acabó el espacio.

Parado sobre un genocidio no tan lejano y un biocidio bien cerca, y a salvo del destierro que es ley, el medio pelo panzaverde abandonó un buen día la boina y el aludo chato. Se sintió llamado desde las góndolas por un sombrerito tejano, de esos de la Misuri de Monsanto, que lucía John Wayne. 

Hoy, quién nos mira y quién nos ve, obnubilados, reduciéndonos la cabeza para calzar el Stetson y jugar a los cowboys. Nooo, si no va a creer, no si no. 

Charla sobre agricultura y distinción a periodistas

La Asociación Entrerriana de Periodistas Agropecuarios (AEPA) y el Sindicato Entrerriano de Trabajadores de Prensa y Comunicación  (SETPyC) organizan una charla debate denominada “Mitos y realidades en el uso de agroquímicos”.  Será el jueves 11 de junio en AGMER Paraná, Laprida 136. 

La reunión formará parte de las celebraciones del Día del Periodista. Los organizadores realizarán allí un reconocimiento a los periodistas Mario Alarcón Muñiz, Luis María Serroels y Guillermo Alfieri.

Desde distintos ámbitos participarán Analía Corujo, Carlos Enrique Toledo, Luis Lafferriere, Daniel Tirso Fiorotto y Santiago Rinaldi. La charla es de acceso libre y gratuito. Las inscripciones se reciben en este link 

http://bolsacer.org.ar/Fuentes/capacitacion.php?Id=138


Los principios: del ayllu al Reglamento de tierras

Sostenidos en una cosmovisión milenaria parece más fácil derivar conclusiones prácticas, y se nos impone alguna desconfianza en el entusiasmo invasivo del humano.

En setiembre de 2015 celebraremos el bicentenario del Reglamento de tierras que dio suertes de estancias a negros, zambos, indios, gauchos pobres, viudas con hijos. Provenían de los “malos europeos y peores americanos”.

¿Reconoceremos que en aniversarios de independencia y lucha federal, en la tierra de Artigas mandan el capital financiero, los pooles, las multinacionales, los laboratorios del imperio?

No sabemos quién o quiénes aportaron en Entre Ríos este remedio sintetizado en la palabra soja. Quiénes sostuvieron en su momento que un cáncer, llamado destierro masivo crónico, se sana con pooles y fideicomisos; que una enfermedad que jaquea la biodiversidad se sana con monocultivo sostenido a puro riego de herbicidas. 

Dónde está escrito, en qué biblia profana, que el grave problema social de los entrerrianos que afecta por décadas a obreros, campesinos y pymes, con una tremenda destrucción del equilibrio urbano-rural, se resolverá concentrando la economía en Monsanto, Cargill, Walmart y otros pulpos y satélites, y privatizando la banca para que una familia de afuera maneje el dinero de los entrerrianos... ¿Ese era el combo? ¿Y con el consentimiento del Estado para que las multinacionales, cuyo interés exclusivo es la ganancia y el poder, manipulen y patenten nada menos que la semilla?

Hoy vemos a profesionales, políticos, gerentes corporativos, haciendo malabarismos con los argumentos para sostener un paquete que ellos no inventaron, que les vino como peludo de regalo. Y evitando, a veces, abordar las preguntas previas que decíamos.

Cuestión de principios

Debimos empezar esta columna por los principios. Cuando el sistema ya mostraba sus fallas graves, pudimos analizarlo desde la armonía del hombre en la naturaleza (sumak kawsay), la complementariedad, el trabajo comunitario de los ayllus que sobrevivieron a los atropellos por siglos; la chacra mixta en que se fundieron criollos y gringos, la agricultura con agricultores, la variedad productiva, la defensa de los montes y los humedales, el esfuerzo cooperativo. Casi todos nosotros tenemos expectativas en estas cosas, por nosotros, nuestros vecinos, nuestros nietos, ¿pero qué tiene que ver Monsanto?

Aquel estatuto

La soja está dejando de ser un negocio fabuloso, y afloja lo que desvirtuaba en el trabajo rural y los precios. Y la Organización Mundial de la Salud admite los riesgos de este régimen para la salud. Quizá podamos empezar a entendernos, sin tantas presiones del dinero. Una pena que sólo en las crisis se pueda dialogar, para ver cómo salir del pantano, en vez de aprovechar los momentos de “bonanza”.

Cuántos campesinos, productores, pequeños rentistas volverán a ver una grieta por donde retornar a la producción, pero oxidados sus hábitos como sus máquinas… Y bien, ya veremos cómo recomponernos de los estragos. 

Los organismos internacionales aceptan los riesgos cancerígenos del glifosato, y los informes de malformaciones en embriones son contundentes, para que operen los derechos precautorios. Tampoco hay control sobre los resultados de la manipulación genética, y peor si depende de multinacionales. 

El tema es larguísimo, hay que estudiar: embriones, biodiversidad, limpieza del agua superficial, los acuíferos y las zonas de recarga; diversidad productiva, químicos, cocteles, tiempo de exposición; y así, arraigo, trabajo en relación con la potencialidad de las riquezas naturales, predominio del capital financiero y las multinacionales, conciencia comunitaria no capitalista en las pymes rurales desplazadas por los pooles, ignorancia de la vida campesina en centros urbanos de debate y decisión; patentes, tenencia y uso de la tierra, efectos a largo plazo de los transgénicos como expresión suprema de la soberbia de la especie humana, ciencia y tecnología al servicio de quién, erosión de la soberanía, alimentos sanos y en cercanía, contaminación genética, mutaciones, energía limpia, hacinamiento, consumismo, vida austera…

Y hay que estudiar, claro, el estatuto legal del coloniaje. El desafío es mirar el conjunto. La soja no es un poroto, es un mundo.

Si cada uno de nosotros escucha al otro, podremos ayudarnos mutuamente a comprender. El camino no es sencillo, porque este modelo de transgénicos con herbicidas está sostenido por corporaciones de medios masivos, gobernantes oficialistas  y opositores, universidades, colegios, en fin, todo un bloque de reducidores de cabezas, al estilo de los shuar, si se permite un poco de humor.

 
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