“Casi todos los años, o cada dos, prepara su mar remoto, instala en la distancia su inmensidad de niebla y de sigilo, confunde límites y anda traicionera por los arroyos muertos, cañadas y zanjones. En un recodo el río la alimenta y la detiene a ver cómo resisten los grises terraplenes. Pero ella los acosa y acumula restos domésticos que flotan, viajan en lenta furia, y llegan, desde otros hombres, en una angustia peregrina, parecida a la nuestra”, así la describe Juan José Manauta en su poema La Creciente, que eligió para cerrar Entre dos ríos (1956), el libro que decidió reeditar especialmente cuando cumplió 90 años.
Palabras que representan hoy, varias décadas después, el significado real de la palabra inundación para tantos entrerrianos que se encuentran lejos de sus casas, que días atrás se vieron obligados a abandonarlas y que en los próximos días, se hallarán frente a frente con la tristeza más grande de la situación: volver.
En medio de la emergencia hídrica que involucra a gran parte de la provincia de Entre Ríos, se dio un alivio después de tanta desgracia, los registros del sábado devolvieron las esperanzas, el río Uruguay había bajado su profundidad seis centímetros en los puertos de Federación, Salto Grande y Concordia.
La capital del citrus continúa siendo la ciudad más azotada, allí todavía hay 10.000 personas evacuadas, que pasaron la Navidad sin pesebre, como titularon los medios a nivel nacional, cenando con gente desconocida pero unida en la desesperación y el dolor. En los distintos centros de evacuados, hubo para comer y tomar pero no estuvo la comodidad del hogar, los juguetes para los chicos, ni Papá Noel.
Los días se volvieron interminables y las noches tenebrosas entre las serpientes y los camalotes que suele acarrear la corriente cuando se da el fenómeno de la creciente.
¿Un castigo de Dios? ¿La tala desmesurada? ¿La falta de medidas preventivas? Son algunos de los interrogantes que ocupan a estas horas las charlas de los tantos evacuados que pasan las tardes conversando y tomando mate. Para muchos de los que allí se encuentran no es algo nuevo, y ellos identifican bien el peor momento: volver, cuando todo lo construido a lo largo de los años de trabajo y esfuerzo parecen no significar nada ante los ambientes vacíos y las paredes cargadas de barro y humedad; cuando la lavandina no alcanza para desinfectar la suciedad que dejó el río y el regreso de los niños se vuelve más tardío; saber que esta etapa ha quedado en el pasado y que el destino nos traerá una nueva perspectiva para encarar lo que viene: la perseverancia y la fe serán las claves para lograrlo. En esta tarea, el estado no podrá mirar para un costado.
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4 de enero 2016 · 10:50hs