Un viaje por las raíces de la milenaria tradición del yoga

Diálogo Abierto. La instructora paranaense Susana Pop visitó la India, relató sus vivencias por el contraste social, y nuevos aprendizajes, y analizó la realidad de esa disciplina allí y su desarrollo en Occidente.
9 de abril 2017 · 09:35hs
Con las vivencias todavía a flor de piel tras regresar del país asiático hace un par de semanas, Susana Pop –directora de Rincón del Alma– describe impresiones de su segundo viaje a la capital y cuna de la ciencia del Yoga. La yogui destaca el nivel de distintos centros que funcionan en la capital provincial, opina sobre la gran diversificación, y explica particularidades de algunos estilos.

Vida dura y cultura del trabajo
—¿Dónde naciste?
—En Viale –en el campo–, donde viví la infancia y casi toda la adolescencia.
—¿En la campaña?
—A 25 kilómetros, en Crucecitas Séptima. Mis padres –mi madre vive– son alemanes del Volga, al igual que mis abuelos –y mi abuela descendiente de rusos. Todos hablaban el dialecto alemán. Toda la familia tenía que trabajar, así que crecí con esa cultura.
—¿Quiénes fueron los primeros ancestros que llegaron a la zona?
—Mis abuelos por parte de mi papá, quienes compraron un campo. Mi mamá era de Viale pero vivió muchos años en Maciá; a mi abuelo no lo conocí porque murió muy joven –cuando mi mamá tenía siete años. Fue una vida muy dura para los dos –sobre todo para mi mamá–, ya que mi abuela quedó viuda siendo joven, con tres hijos. Trabajaban mucho el campo y tenían que sobrevivir.
—¿Cómo era el lugar por aquel entonces?
—Una zona agrícola-ganadera, mucho campo y siembra, y se vivía de lo que se cosechaba.
—¿Qué se veía cuando salías de tu casa?
—Nada, campo, todo campo. Para hacer las compras había que hacer 25 kilómetros hasta Viale o a Seguí. Había almacenes cerca pero la provista cada quince días, se hacía allí.
—¿Vecinos cercanos?
—Unos tíos –hermanos de mi papá. Con esos primos nos criamos juntos; también había una familia Rion y Erbes, entre otros vecinos con quienes jugábamos e íbamos juntos a la Escuela N° 26 –que no estaba cerca. No fue fácil la vida de campo pero fue muy sana y con recuerdos muy lindos, y sobre todo con la cultura del trabajo –que a mí me marcó. Nunca espero nada de nadie.
—¿En el ámbito del hogar se hablaba el dialecto?
—Sí, y cuando comencé la escuela primaria no sabía hablar castellano, así que fue duro para mí. Una vez que comenzamos con mis hermanos, mis padres también lo hicieron porque teníamos que hacer la tarea. Sabían hablar pero entre ellos hablaban en alemán, así que crecimos escuchándolo. Mi abuela escribía cartas en alemán –aunque nunca supe dónde las mandaba. Su habla en castellano era muy dificultosa. Cuando terminamos la primaria, llegamos a Paraná para terminar los estudios secundarios y ser alguien en la vida.
—¿Mantenían otras costumbres originarias?
—Hacer todo casero, masas y tortas rusas, no se compraba nada hecho, se consumía lo que se cosechaba y lo que no se necesitaba para el consumo de la casa, se vendía –como la crema, la manteca y el queso. Cuando llegaba Navidad y Año Nuevo, era mucha alegría y novedad porque se compraban galletitas surtidas y pan elaborado fuera de casa.
—¿Relataban algo de lo vivido en su tierra originaria?
—No, cuando mi papá murió éramos chicos y no preguntábamos mucho sobre sus vidas. Sé que mi papá era el número diez de los hermanos, el más chico y a quien le tocó la mejor parte, porque los mayores lo cuidaban. Iban hasta tercer grado, le gustaba mucho la Matemáticas, hacía muy buenos negocios, se cultivaba y leía mucho, aunque por entonces no se priorizaba el estudio sino el trabajo. Sembraban y tenían animales.
—¿Dónde se conocieron tus padres?
—Un tío mío es casado con un hermano de mi mamá, y cuando se casaron se conocieron entre ellos –en la zona de Viale. Sé que vinieron de la guerra, estuvieron bajo el dominio de Rusia y escaparon por el Volga. Algunos fueron para el lado de Brasil y otros vinieron a la Argentina.
—¿Qué otro viaje se hacía además de ir a comprar a Viale?
—Ir a la escuela a las fiestas de fin de semana, a fin de recaudar fondos para la biblioteca u otros gastos. También se hacían partidos de fútbol y no había otra diversión.
—¿A qué jugaban?
—Jugábamos muy poco: hacíamos una pelota de trapo y jugábamos varones y mujeres. No había juguetes así que había que arreglárselas con lo que teníamos. Mi mamá me hacía las muñecas con trapos; jugaba con mis vecinas y mis primas. Todo era muy creativo; no existían los regalos de Navidad, Año Nuevo ni Reyes, sólo nos regalaban golosinas, y era muy esperado comerse una bananita Dolca o una Rodesia. Podían comprar pero no tenían incorporada la idea de regalo; priorizaban el ahorro para progresar, comprar un poco de campo, cambiar un tractor o una herramienta de trabajo. Eran de clase media.
—¿Cuál fue tu primera salida a otra ciudad?
—Con la escuela fuimos a Concordia, Salto Grande –cuando estaban construyendo la represa– y a Federación.
—¿Cómo lo viviste?
—Fue muy lindo, importante, un gran viaje porque éramos chicos de diez o 12 años.
—¿Había libros en tu casa?
—No muchos. Un primo de mi papá escribió un libro sobre los alemanes del Volga y era un estudioso de los antepasados. Se pasaban libros con él. Mi mamá era muy trabajadora –en la huerta y en la cocina– y no tenía tiempo para leer. Los domingos había que levantarse muy temprano para ir a misa, y hacer el tambo. Dos días antes había que preparar la ropa. No sé si hoy se vive así en el campo porque hay tecnología de avanzada. Escuchábamos LT 14 a la hora exacta para saber quién murió, ya que había que ir al velorio religiosamente. Eran muy íntegros, nos dieron lo que pudieron y lo que sabían, porque también era lo que habían aprendido de sus padres.
yoga
Concepto. "No tomo el yoga como algo religioso. Cada uno busca su propio camino".
Concepto. "No tomo el yoga como algo religioso. Cada uno busca su propio camino".

La "maestra" y su pizarrón
—¿Sentías alguna vocación?
—Jugaba a ser maestra; siempre tenía un pizarrón, mis amigas se sentaban sobre ladrillos, hacíamos una mesita y escribíamos, y yo enseñaba en el pizarrón. Cuando vine a estudiar la secundaria, comencé el profesorado de alemán y quería trabajar en la embajada de Alemania. Escribía y pedía libros e información. Estudié el profesorado de Geografía, no terminé, me casé muy joven y tuve dos hijos. Dejé todo, me dediqué a mi familia y cuando mis hijos crecieron tenía ganas de hacer otra cosa. Comencé a tomar clases de Yoga en lo de Susana Leonhardt –quien fue mi primera maestra–, comenzó a gustarme mucho esta filosofía, me anoté para el instructorado, luego hice el profesorado y continué en La Ventana –con María Juárez, mi otra gran maestra. Soy muy agradecida con ellas por haberme marcado un camino, más allá de que siga en ese estilo de Yoga. También hice el instructorado y profesorado de Ayurveda y María me dio una gran oportunidad de trabajar allí –cuando todavía no tenía el espacio Rincón del Alma. Fue muy abierta y amorosa, y me ayudó a crecer como persona, porque yo trataba con alumnos con patologías muy serias.
—¿Sufriste el desarraigo cuando viniste a Paraná?
—Sí, el impacto fue fuerte y extrañaba mucho –durante un tiempo. Con mi hermano menor nos vinimos porque no teníamos muchas posibilidades de crecer como profesionales. El campo era sólo trabajo rural y no había otra oportunidad. No está mal, pero tenía muchas expectativas y energías, tenía ganas de progresar y crecer en conocimientos. Aquí trabajábamos y estudiábamos, y nada fue fácil, porque no queríamos depender de nuestros padres.
—¿Tus padres te apoyaron?
—Les costó mucho, más en mi caso –porque era mujer.
—¿Tenías algún familiar acá?
—No; alquilamos una casita. Yo limpiaba departamentos los sábados y de lunes a viernes, trabajaba en una oficina del Centro de Peluqueros y Peinadores, y a la tarde podía ir al instituto alemán y a la noche a la Escuela Alem –donde hice el secundario por la noche, con los mejores promedios.
—¿Era cuando imaginabas trabajar en la embajada?
—Totalmente, pero se diluyó al conocer a mi marido, casarme y formar una familia.
—¿Qué materias de la secundaria te gustaban?
—No me llevaba bien con la Matemáticas; en Literatura andaba bien, Inglés, más o menos, pero tenía uno de los mejores promedios y fui escolta de la bandera. Nunca faltaba y los fines de semana, en vez de salir, me quedaba a estudiar porque no tenía tiempo para perder. Nos ayudamos mutuamente con mi hermano y luego vino una amiga de Ramírez, a donde a veces nos íbamos a dedo, para no gastar.
—¿Algún gran descubrimiento en Paraná?
—No, no tenía grandes expectativas, salvo estudiar, salir adelante y ser alguien en la vida, para no quedarme estancada en un lugar. Por eso también es mi búsqueda en distintas escuelas de Yoga, por lo que me mantengo siempre alerta y aprendiendo de los grandes maestros.

Dolores de espalda y un aviso en el diario
—¿Cuál fue la primera referencia que tuviste?
—Fue muy loco. Tenía dolores cervicales y un día leí en el diario sobre clases de Yoga para problemas de columna. Desconocía todo, fui a la Escuela de Yoga Aplicada y fue un gran descubrimiento y despertar personal interno. Era lo que quería hacer y comencé a redescubrirme, ya que estaba buscando mucho afuera.
—¿Cómo fueron esas primeras vivencias?
—Comenzar a descubrirme físicamente y mis limitaciones. Me anoté para el instructorado, trabajábamos con kinesiólogos y ahí me di cuenta que era lo que quería aprender –aunque nunca pensé en dar clases. Pero la vida me dio sorpresas y este espacio se fue dando; en este terreno vivía una señora muy mayor, que falleció. Yo vivía al lado, mi marido me lo regaló para hacer lo que quisiera y fue mi gran proyecto personal. Hice un espacio lindo y agradable para poder ayudar a mejorar la calidad de vida de otras personas.
—¿En esa primera etapa lograste sanar el problema de las cervicales?
—Sí; también me descubrí una escoliosis suave, que corregí para que no aumentara. La prácticas tiene que ser, por lo menos, dos o tres veces por semana y hay que tener mucha disciplina y continuidad para sanar y mejorar la calidad de vida.

Maestras y estilos
—¿Cuál fue el gran aprendizaje que hiciste con Susana?
—Lo más revelador fue poder descubrirme, porque el Yoga es eso: un trabajo duro, físico, interno y difícil de manejar a nivel mental.
—¿Qué encontraste?
—Poder sanar mis partes físicas bloqueadas y entender la espiritualidad desde otro lado –cuando muchos creen que hay que ir a la montaña y alejarse del mundo. Necesitaba una guía y Susana fue mi primera maestra, luego María, y luego estudié Yoga integral –para lo cual viajé a la India el año pasado. Es un redescubrimiento permanente y un trabajo intenso, diario.
—¿Qué fue lo que más trabajo te demandó para desaprender?
—No me fanatizó con nada, así que no me costó. Tengo en claro que Dios es el mismo para todos, más allá de cada creencia. Tomé todos los sacramentos alemanes y me casé en una iglesia católica, mis hijos son bautizados y formados en una iglesia católica, pero soy muy libre de que cada uno elija sus propias creencias. No me costó nada desprenderme de la parte religiosa y buscar otro camino que no tiene nada que ver con la religión, no obstante que cuando más me conozco, más amo a Dios y a las personas. Nunca tomo el Yoga como algo religioso. Cada uno debe buscar internamente su propio camino.
—¿Qué significación particular tuvo la formación con María Juárez?
—Son estilos muy diferentes. Aprendí mucho Ayurveda –la Ciencia de la Vida– y fue muy lindo aplicarlo dentro del Yoga. Hice un trabajo de campo con una señora que tenía ataques de pánico, y según su constitución –basada en el Ayurveda– le daba la práctica específica de Yoga y hacía un seguimiento. Todos los lunes se preparaba para ir a trabajar y no podía, se fue aliviando y pudo reincorporarse a su trabajo. Fue un trabajo de seis meses y no faltaba a la práctica.
—¿Aplicás el Ayurveda en tus clases y prácticas?
—No –salvo con rutinas personales– porque debiera hacerle un seguimiento a cada alumno según su constitución. Como tengo muchos alumnos, entonces al principio de la clase pregunto o veo cómo están físicamente o mentalmente. Hay mucho estrés, cansancio y dolor físico. También he trabajado con personas operadas.
—¿Por dónde pasan las diferencias en cuanto a sus estilos?
—Cada una tiene su estilo y toma el Yoga y lo adapta a la modernidad o a Occidente, como el caso de Susana que tomó la serie Rishikesh de Sivananda (conjunto de posturas) y María tomó a otros maestros, como los del Yoga vital y estudió en Córdoba con Jorge Bidondo. Cada uno tiene su maestro y formas, y hace su escuela según lo que le parece bien. Algunas escuelas son muy estrictas y siguen la línea. Ahora estoy en la preparatoria de dos años para el método de Yoga del maestro Iyengar –para poder recién ingresar luego a la escuela y tener un certificado internacional. Soy muy respetuosa y agradezco a todos mis maestros por lo aprendido, porque me hicieron conocer y gustar el Yoga –más allá de que mi búsqueda sigue porque no tengo un solo maestro ni me fanatizo.
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Costumbre. "Lo primero que hacen en la India al levantarse es un ejercicio respiratorio".
Costumbre. "Lo primero que hacen en la India al levantarse es un ejercicio respiratorio".

Diversidad y respiración
—¿Ésta gran diversidad no ha desnaturalizado al Yoga original?
—Hay una gran adaptación del Yoga a Occidente y le ponen términos como "flower", "más dinámico", "Danza Yoga... y la verdad que no estoy muy de acuerdo que lo utilicen para eso. Hay que ver el enfoque y la respiración que le ponen, razón por la cual no tengo un pensamiento definido. Hay muchos estilos y en la India los maestros me decían que "el árbol" es uno solo, del cual salen las ramas y cada uno las va adaptando. Allá es diferente, los grandes maestros siguen el estilo, no lo modifican y son muy respetuosos de la tradición.
—¿Qué es lo esencial para considerarse Yoga?
—En la práctica –para que no sea un ejercicio físico– debe existir la respiración. Antes de comenzar la práctica, hay que "bajar" los niveles de ansiedad y ruidos mentales, para trabajar con el sistema parasimpático. La práctica de asanas tiene que ser muy bien hecha y debe corregirse, incluso ayudando con cintas, bolsters o pelotitas, porque estar en la postura es tener firmeza tanto física como mental –lo cual ayuda a la voluntad. No podemos separar el cuerpo por un lado, y la mente y la respiración por otro, al igual que hay que estar en el momento presente.

Un gran aprendizaje
—¿Cuándo asumiste y decidiste que podías trasmitir tus conocimientos?
—En la Escuela de Ayurveda, María me decía que tenía condiciones para dar clases –aunque era muy tímida. Pero lo fui trabajando y lo superé internamente, hasta que fui plasmando este espacio hace seis años, y ahora mi gran desafío es ayudar todos los días a otras personas. Sentía esa necesidad de dar la práctica y trabajé gratuitamente dos años con las hermanitas del hogar del Cristo Redentor. Ahora tengo ganas de abrir un espacio para la gente de la tercera edad, que sólo tienen la posibilidad de aliviar sus dolencias.
—¿Cómo fue esa experiencia con las monjas, considerando que tienen serios problemas físicos?
—Pudieron hacer movimientos con los brazos y cerrar las manos, mover las caderas, las rodillas y articulaciones –porque están entumecidas. La hermanita más chiquita tenía 70 años y la mayor, 85 años. Trabajábamos en sillas, entonces en invierno poníamos música de cumbia para mover las caderas y las articulaciones de los pies. ¡Eran muy felices –hasta las lágrimas–, por poder moverse y disfrutar de la música! Ése era el calentamiento para hacer otros trabajos, porque estaban totalmente entumecidas. Fue un gran aprendizaje y recibí mucho amor de ellas.
—¿Cómo adaptabas las asanas (posturas de yoga) a casos tan extremos de deterioro físico?
—Como son muy religiosas, no hablábamos mucho de yoga y lo tomábamos como un ejercicio totalmente pasivo, les ayudaba a respirar y aumentar la capacidad de sus pulmones. Yo necesitaba aprender de las patologías tan agudas, tales como artrosis, artritis, deformaciones en la columna... y era un gran desafío. Los resultados fueron increíbles.
—¿Un caso particular?
—Eran patologías muy serias y había que trabajar con mucho cuidado para no hacer daño. En cada encuentro me contaban cómo mejoraban y por eso siempre me esperaban. Me decían que no les dolía la espalda, que podían abrir la mano –en invierno–, mover la muñeca, y caminar y tejer mejor.
—¿Hay algún texto o autor que te resultó muy importante en tu formación?
—No, soy muy práctica, aunque al principio mis lecturas se basaban en Brian Weiss –su libro Los mensajes de los sabios, entre otros; y su experiencia como médico psiquiatra. También referidos al conocimiento del yoga, como el Bhagavad-gita y de filosofía hindú; ahora estoy leyendo Mitos y misterios de la India –y tiene que ver con sus dioses y creencias. Me gusta leer pero tengo poco tiempo, soy más bien práctica, no obstante que todos los días leo alguna página para reforzar mis conocimientos.
—¿Y antes de conocer el yoga?
—Leía alguna novela.

La tranquilidad dentro del caos
—¿Cómo surgió la idea del primer viaje a la India?
—Soy un poco rara en ese sentido, decido irme y me voy. El 20 de enero del año pasado me fui con un grupo de Córdoba de 30 personas de la Escuela de Yoga Vital, con un maestro, Jorge Bidondo. Estuvimos en un ashram (lugar tradicional de los yoguis) –en Rishikesh, bien al norte– al lado del río Ganges, un lugar maravilloso y la parte más espiritual de la India. La mayoría éramos profesores de Yoga de distintos estilos y escuelas, y ahí descubrí el estilo jyotish (Astrología tradicional).
—¿Qué lo caracteriza?
—Está relacionado con los astros, cómo repercute la Luna de acuerdo a la fecha y hora en que naciste, a nivel físico y mental, cuál es el buen día para trabajar y reservarse, para hacer negocios... tiene incluido mucha numerología y es muy intenso. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana para ir a hacer la práctica en ayunas, con mucho frío, al pie de los Himalayas. A las 8 desayunábamos, y seguíamos con las prácticas y estudios. Después nos fuimos al sur, donde estudiamos la Medicina ayurvédica y masajes, aunque no difería mucho de lo que aprendí acá, ya que hay muy buenos profesores. Tuvimos pocas salidas, pero fuimos a los templos importantes.
—¿Tu primera impresión al contrastar con un país con tantas particularidades?
—Estar en la India es un impacto visual y auditivo, porque utilizan mucho la bocina para todo. Están todos amontonados... ¡es increíble cómo manejan y nadie se agrede o chocan! Nunca vi que alguien tuviera tanta paz para poder manejar dentro del caos; están sumamente tranquilos. Todos avanzan, aglomerados y nadie se agrede. Conviven y se respetan mutuamente. Fue lo que más me impactó de su forma de vida, porque es muy diferente. Viven el momento presente, compran lo del día, no existe heladera ni freezer –salvo en los hoteles–, ni guardan ni acumulan como los occidentales. Salvo en la posición alta, donde seguramente sí.
—Las castas superiores.
—Claro. Pero me tocó vivir en la parte más baja.
—¿Estuviste siempre con el mismo maestro?
—Sí, todos los días, también, nos daba meditaciones.
—¿Cómo es?
—Muy sereno y con muchos conocimientos; hacíamos un tipo de Yoga como el Tai Chi.
—¿Y al volver?
—Cuesta mucho caer a la realidad, pero el año pasado lo viví de otra manera a lo que fue ahora, porque fueron conocimientos de otros aspectos. Visitamos distintas ciudades como Udaipur, Jaipur, Haga y Orchha, y en Rishikesh participamos de la Celebración del Fuego, la cual es muy profunda. Visitamos templos de diferentes culturas y uno hindú, donde estaban en una celebración que nos invitaron a participar. En Benarés vi cómo celebran el amanecer y el atardecer, y los lugares de los rituales de la muerte –los crematorios. Para ellos es totalmente natural ocupar 300 kilos de leña y cremar un cuerpo envuelto en una sábana. Lo vimos desde muy cerca, aunque no dejan participar a los turistas ni a las mujeres –porque lloran y ellos dicen que no hay que llorar. Lo vimos desde un barquito. Son hasta 300 cremaciones por día. Me impactó los que no van a crematorios, que son los chicos menores de 12 años, los enfermos de lepra, picados por cobras y mamás embarazadas. Los llevan al Ganges y los sumergen.
—¿Qué significa el yoga en este contexto?
—No lo puedo asociar, pero acá hay que trabajar en ese sentido la aceptación de otras culturas y reflexionar sobre quién tiene la verdad absoluta. Ellos consideran al Ganges tan sagrado como un dios, por eso antes de ser cremados los pasan por ahí. Tienen un dios que consideran único pero muchas creencias como días de la semana. Es muy fuerte el contraste sobre la idea que ellos tienen de la muerte, ya que creen en la reencarnación. Se bañan en el río y creen que con eso los pecados se van, y hacen ofrendas de flores y frutas. Tienen tres grandes dioses y de allí se desprenden un montón de otras deidades.
—¿Cómo te modificaron los viajes en función de tu enseñanza de la disciplina?
—Es un gran crecimiento personal y muy profundo. El año pasado aprendí grandes conocimientos pero en lo personal no los puedo aplicar a mi vida diaria ni a la de mis alumnos, porque necesito la fecha exacta y hora de nacimiento para poder hacer un trabajo de ese tipo, con mantras, mudras y prácticas muy profundas de asanas. Fue un descubrimiento para mí y para saber, además, qué traigo de mis ancestros y vidas pasadas. Ahora fueron ceremonias muy profundas y las viví como momentos únicos. Eso se transmite al grupo y desde ahí trabajo, conectada desde el corazón.
—¿Qué sobresale cuando ves un indio o un hindú haciendo yoga?
—Hacen respiraciones de todo tipo. El año pasado en el sur –donde hace mucho calor– hacíamos las prácticas al lado del mar, y caminábamos entre la basura porque son muy sucios. Muchos duermen en la calle o en la costa, y mientras practicábamos en la arena, veía como las personas se despertaban y levantaban, y lo primero que hacían era un pranayama (ejercicio de control de la respiración) y luego alguna postura de Yoga o torsión, para flexibilizar la columna, y se iban a trabajar. Primero se conectan con su ser y con su respiración, lo cual vi en la calle. Ahora no lo vi porque viajábamos mucho en tren y observé mucha pobreza y deformaciones. Creen en la Ley del Karma, nacen con los dedos pegados o les falta la mitad de una pierna, y crecen y mueren así, porque creen que es lo que tienen que purgar en este mundo para pasar a otro mejor.
—¿Cuál es el objetivo al diversificar las disciplinas en tu espacio?
—Nunca pensé que sería así; pensaba que daría una o dos horas y me iría a mi casa. Pero cada vez me involucré más y paso todo el día acá, porque hay distintas actividades tales como pilates, aeropilates, aeroyoga, masajes, biodanza, constelaciones familiares y tai chi. Pasó todo el día acá y nunca pensé que este espacio sería tan grande. Me produjo problemas familiares y se enojaron conmigo, hasta que aceptaron que es mi trabajo, y se dieron cuenta que nunca me enojo.
—¿Tenés alguna página en Internet?
—Rincón del Alma Paraná y un Facebook que se llama Susana Estela, donde publico todas las actividades, que son diarias y una vez al mes hay un preformación para yoga Iyengar. Está todo publicado allí.

Datos

El yoga es una filosofía de vida milenaria, originaria de la India. La palabra es sánscrita y significa yugo, unión, por lo que se define como la unión del cuerpo, la mente y el espíritu.
No es una religión, sino una filosofía de vida, que la pueden adoptar personas de religiones diferentes, pues no entra en conflicto con ninguna de ellas.
La práctica tiene muchos beneficios demostrados como herramienta para controlar el estrés, mejorar la memoria o aportar más energía vital.
Se la considera una forma de vivir, que quienes la practican tratan de conseguir a través de prácticas y ejercicios, tanto físicos, como mentales y espirituales.
Igualmente, un estudio llevado a cabo por un equipo de investigadores de Países Bajos y Estados Unidos, concluyeron que, además, reduce los factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular. Los resultados fueron publicados en la revista European Journal of Preventive Cardiology.
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