“Todo lo que hago lo enfoco desde el principio biocéntrico”

Diálogo Abierto. La facilitadora de biodanza Cristina D’Ángelo explica su transformación personal a partir de la disciplina creada por el antropólogo y psicólogo chileno Rolando Toro, la cual practica junto con el tarot femenino
23 de noviembre 2015 · 08:00hs
Julio Vallana / De la Redacción de UNO
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Era artesana aunque admite que no vendía nada porque se la pasaba charlando. Las urgencias de la vida –especialmente a partir del nacimiento de su hijo– la corrieron de dicha actividad –al menos en el aspecto comercial– y en ese camino Cristina D’Ángelo descubrió la biodanza, el tarot Madrepaz y los masajes, actividades a las cuales logró integrar y convertirlas en su forma de vida.

Sapo de otro pozo

—¿Dónde naciste?
—Me nacieron en la Capital Federal, en Charcas y Güemes –Sanatorio San José Obrero. Mis viejos eran católicos, y mi viejo obrero y militante. Cuando era presidente de la Juventud Obrera Católica lo rajaron por fundamentalista. Era un tano bravo. 

—¿Cuál era el barrio de tu hogar?
—Florida, donde viví hasta los 25 años, en calle Larrea 74 –a media cuadra de la General Paz –entre Maipú y Panamericana, puente Exupery. Cuando tenía ocho o nueve años, la Panamericana estaba a ras del piso, era hermoso, lleno de árboles y juegos. Luego decidieron que tenía que ir por debajo y sacaron con topadoras muchos árboles añejos. Hicieron todo de cemento con muchas manos para los vehículos. 

—¿Otros aspectos del lugar?
—Lo bello era que el barrio tenía unas veinte cuadras, donde para un lado estaba la General Paz, del otro la vía y es como un “chorizo”, con una sola cuadra que son como cortadas. Era una maravilla porque recién se estaba formando, con casas lindas y grandes, de laburantes que comenzaban a tener otro nivel económico. Mis viejos venían de vivir en una casita muy pequeña en lo de mis nonos y ya tenían seis hijos. Cuando hicieron esa casa la soñaron enorme y yo fui la primera que nació ahí. Éramos muchos gurises y había muchos baldíos, entonces todos los días jugábamos en la calle, y los fines de semana hacíamos “casas” con escombros, afanábamos panes y papas para hacer nuestras comiditas y fumábamos cañas. 

—¿La transformación de la autopista fue el mayor cambio urbanístico?
—Sí, fue muy fuerte y doloroso porque nos faltaba el verde, aunque dentro de nuestra “isla” todo seguía siendo igual.  Tuvimos que aprender a ser muy bichos para cruzar porque había muchas manos que iban y venían. De eso, lo bello era cruzar el puente cuando había luna llena, que antes no lo podía vivir. 

—¿Qué lugar de referencia existía?
—El club Platense –a cinco cuadras.

—¿Era un punto de encuentro?
—Nosotros nunca curtíamos club.

—¿Qué actividad laboral desarrollaba tu papá?
—Mi papá empezó a los 14 años barriendo y haciendo los mandados en una fábrica de cardas, que son unos elementos fabricados para cardar hilados. Terminó a los 60 años como gerente y cuando se murió tuvieron que contratar un gerente, un vendedor, uno que arreglara las máquinas y otro que dibujara… Era un loco muy inteligente, nunca hizo el secundario –lo cual llevaba como una deuda terrible– pero, cuando pudo, los sábados venía a casa un profesor que le enseñaba Matemáticas, Dibujo técnico… Tenía unos tableros en los cuales dibujaba milimétricamente y tenía mucho oficio. Nació en un pueblito italiano del lado del Adriático y se vino a los ocho años, después de mi nono –analfabeto y quien en ocho años compró un terreno, hizo la casa y juntó para los pasajes. La que le escribía las cartas a mi abuelo era una prima, quien lo trataba muy mal. Mi viejo vino a Saavedra con mi nona. Mi vieja –la Nelly– laburó hermosamente creando nueve hijos, así que desde los 21 a los 45 años estuvo produciendo hijos para esta patria, siempre entera, más allá de sus equivocaciones. 

—¿Así que tu papá hizo toda su carrera laboral en esa fábrica?
—Sí; mi vieja lo puteaba porque iba a trabajar con unos trajes muy hermosos que mandaba a hacer, pero si se rompía una máquina la trataba como si fuera una hija, entonces se llenaba de grasa. 

—¿Qué visión tenías respecto del centro de Buenos Aires?
—Para mí era traumática, iba poco. Ahora lo disfruto pero antes volvía con dolor de cabeza, por la cantidad de gente, la hostilidad y la rapidez. Soñaba vivir en el campo y enseñar. Quería irme de Buenos Aires y los fines de semana nos íbamos, porque a ninguno nos gustaba mucho vivir allí. Primero nos íbamos con familias amigas al medio del monte –en carpas grandes que cosió mi mamá– y luego mi viejo armó una casita rodante en un Bedford del 64.

 —¿Desde niña sentías esa necesidad de irte y la vocación docente?
—Sí, siempre me sentí sapo de otro pozo, un paria. Me fui a vivir unos meses a Belgrano, estuvo bueno, volví y luego me fui con mi primer compañero a Villa Adelina –un barrio lindo, de gente laburante. Ahí yo laburaba en una fábrica de parches de bicicletas –la cual se fundió. Anteriormente había trabajado de docente –en la parte administrativa– pero nunca terminé el profesorado. Al igual que toda mi familia que se fue al sur, me fui a Bariloche con la idea de un proyecto artesanal –que resultó ser un bluff– entonces me fui a Las Grutas –donde estaba mi hermana. El día que llegué conocí a Guille –el papá de mi hija, un chileno que vivía en Paraná. En casa estamos todos relacionados con la salud, la educación y lo artístico, y todo se mezcla. Tiene que ver con el amor a los gurises y con el sembrar. 

—¿Qué materias te gustaban?
—Las humanísticas, obviamente. No estudiaba mucho, siempre zafaba aunque repetí tercer año porque una profesora era muy hija de puta, inhumana. Había estado en esa escuela desde el jardín de infantes y la escuela era como el patio de mi casa. En cuarto año me cambié de escuela y era lo que quería, porque era una escuela de clase media bien y no era la realidad que se vivía en mi casa. Era un mundo ficticio. Fui a otra escuela religiosa pero era más de barrio, y lo que más me calzó fue la profesora de Matemáticas porque cuando le dije que no había hecho los ejercicios porque no los entendía, me contestó que por qué no le había preguntado, se sentó a mi lado y me explicó. Desde ese momento comencé a explicarle Matemáticas a mis compañeros en mi casa. Todo el resentimiento que había tenido por esa materia y por Física y Química, fue otra historia y me di cuenta de mi inteligencia. 

—¿Qué aficiones desarrollaste?
—Leer, amo leer, me metía en ese mundo y desaparecía todo lo que no me gustaba. También hacía mucho deporte –atletismo y vóley.  

—¿Eran libros que estaban en tu casa?
—Sí, los dos leían de todo y mi hermano mayor –un tragalibros, quien me lleva once años. En su pieza los libros brotaba desde el piso y era mi abastecimiento: Levy Strauss, Historia de los banqueros en la Edad Media, mucha poesía, historias eróticas… yo entraba, me las llevaba y él se hacía el boludo. Estudió Física, pinta, toca el violín y vive de hacer jardines. Durante mucho tiempo leí a Alfonsina Storni y por ahí canalizaba la pasión. En mi casa se compraba La Nación y mi vieja lo leía todas las mañanas de pe a pa. Eso lo traía de mi abuela asturiana Estrella, que fue la última hija de ocho hermanos varones y la criaron entre cristales. Estaban muy bien económicamente, mi bisabuelo tuvo minas de carbón y no quiero pensar la gente que murió allí. Mi bisabuela María era sanadora y la buscaban para parir. En el caso de mi abuelo también eran siete hijos varones, menos uno. 

—¿Libros que fueron influyentes?
—Heidi (risas), el libro amarillo de la Colección Robin Hood, después vino Heidi y Peter, y luego Los hijos de Heidi. Me atraía esa niña que andaba suelta por los alpes y los leí infinidad de veces. Si los tuviera, los leería nuevamente. 

—¿Y durante otras épocas?
—Tuve una adolescencia como corresponde a una niña católica, iba a misa todos los días así que tenía mucha lectura de ese tipo, profundas, de las cuales luego me fui corriendo. 

—¿Conciliabas bien el deporte con el mundo de la lectura?
—Totalmente, aunque cuando terminé el secundario hice poca actividad física. Si hubiera tenido alguna habilitación hacia algún club para jugar al vóley o hacer atletismo, hubiera seguido y hubiera sido hermoso. Era buena y un espacio donde me sentía valiosa entre mis ocho hermanos.

Viviendo en  el Thompson

—¿Por qué llegaste a Paraná?
—Por El Guille –ese chileno divino, duende, padre de mi hijo y de dos hijas más que también viven acá. Llegamos una madrugada y fuimos directamente al Thompson –cuando todavía era camping. Vi ese enorme Perón que me llamó la atención y dije: “¿Qué es esta ciudad que tiene un Perón tan grande?” Fui hasta el río, lo saludé, le pedí permiso y solo estuve cuatro minutos porque había mucha mugre y –a diferencia de los ríos del sur– traía muchas voces. Era algo muy fuerte y me llevó cuatro o  cinco años poder estar plácidamente al lado del río, porque era un torrente de voces y energía. Los ríos del sur son absolutamente cristalinos y tranquilos. 

—¿Cómo desarrollaste esa sensibilidad?
—Soy Libra y Dragón, siempre la tuve y la alimentaba con la poesía. En cambio mi hermana mayor era la que hacía y yo soñaba con hacer lo que ella hacía –porque era lo que se valoraba más. Era una casa grande y se sostenía porque la limpiábamos y hacíamos todo entre todos. A mí no me gusta laburar mucho aunque lo hice un montón, porque lo hacía a la par de los grandes. Ahora entrás a mi casa y sobre la heladera pinté con acrílico: “¿Acaso afuera está creciendo todo prolijo y ordenado? Acá adentro también somos Naturaleza. Gracias”

—¿Te adaptaste a Paraná?
—Me costó, era raro porque tenía el sur en mi corazón. Llegué en abril –para la feria de artesanías de Santa Fe. Los tres primeros meses vivimos en el camping, en un iglusito, fue impresionante y hermoso porque estábamos enamorados. Comenzamos a conocer cómo era vivir de la artesanía –y no de un sueldo fijo– y conocernos. Un día observé la barranca y me dije que era una boluda porque me la estaba perdiendo por pensar en el sur y ahí “comencé a estar”, despacito. 

—¿Vivías en la misma ciudad de Bariloche?
—En la península San Pedro, donde me armé la carpa, era un sueño. Estuve dos o tres meses. Conocí a Guille y desde ahí estuvimos 13 años juntos. Después me volví a Buenos Aires. 

La biodanza  como habilitación

—¿Cuál fue la primera aproximación a la biodanza?
—Se lo debo al maestro de tercer grado de mi hijo, a quien luego nunca vi para agradecerle. Yo tenía una revolución dentro de mí, mucho malestar conmigo misma y con mi vida, necesitaba hacer algunas cosas que no podía –aunque no tenía idea qué era. Buscando sin buscar, había visto unos cartelitos sobre clases que organizaban Mujeres Tramando. Llamé, fui y tuve una entrevista con Marta Aguilar sobre un taller de autoestima. Me dijo que si quería podía hacerlo pero me recomendó biodanza –que ella practicaba desde hacía mucho tiempo. Para mi pequeño bolsillo era inalcanzable pero una vez por mes Víctor Beziner y Estela Gariboglio daban una clase de Ecología Humana, a la cual había que ir con algún elemento no perecedero –lo cual podía. Compré los mejores fideos que pude, una salsa y fui re contenta, lo cual fue extraordinario, una sensación de encontrar a mi manada, porque allí podía gritar, llorar… fue muy bello. Me di cuenta de todo lo que tenía guardado y que salió. Al mes siguiente fui a otra clase, luego murió mi mamá en El Bolsón, cuando volví se estaba abriendo la Escuela de Biodanza y para mí era impensable. Me hice amiga de Marta Aguilar, me invitó a una ceremonia, fui y Víctor me dijo que había una beca para mí en la escuela –que retribuí con un trueque. 

—¿Qué te impulsaba a hacer esa capacitación?
—La felicidad que sentía. Siempre tuve un sentimiento de mucha melancolía, de sentirme paria… aunque dentro de mí tenía mucha paz. El contacto con el afuera siempre era difícil. Desde que me fui a vivir al campo comencé a sacar todo lo que no es mío, lo que se esperaba de mí, dejé de creer en ese dios que ya no me sostenía y comencé a reconstruirme de a poco, desde darme cuenta que no éramos monógamos y que tenemos mucha capacidad para amar –aunque la achicamos por los moldes. Fui sintiendo que lo que era, estaba bien, porque siempre mi percepción era que lo que hacía no estaba bueno, porque tenía otro modo de mirar.

—¿Qué te resultó clave del sistema de la biodanza?
—Me encontré con mi capacidad de amor y con la de los demás, el poder “regarnos” y no juzgarnos, porque venía de una familia de mucho amor pero que si no era “como yo digo”, estaba mal. Era juzgar, juzgar y juzgar. Eso fue lo más bello: saber que podemos habilitarnos unas lentes para ver lo que podemos y somos, y no lo que no somos ni podemos. Esto fue muy fuerte. Además, saber que mi movimiento era maravilloso. Yo no bailaba sola ni en el baño, porque no tenía ritmo. Mi hermana Ana, sí, y bailaba bien. Así leía el mundo: si ella bailaba bien, yo no, ella era linda, yo no, así todo, como si fueran relaciones de poder. De pronto me encontré con un mundo donde estamos en un mismo lugar, con relaciones de igualdad. La Cristinita que estaba guardada comenzó a expandirse y se siente muy feliz –más allá de los quilombos. Por eso la vida me enamora y busco el encuentro con el otro. 

—¿Pensabas poder trasmitir eso, me refiero a asumirlo profesionalmente?
—Laburaba de artesana aunque no vendía nada porque me la pasaba charlando con la gente –gracias a lo cual hice muchos amigos. Cuando me separé decidí ir a un lugar donde había feria y actividades artísticas, y ahí lo conocí Lole –mi compañero actual –quien también había hecho biodanza. Estela (Gariboglio) –en una de las clases de Ecología Humana– me dijo que lo podía pensar como trabajo. Hoy vivo bastante de la biodanza porque doy clases, leo el tarot y hago masajes –todo desde el Principio Biocéntrico (ver recuadro) en forma integrada. Los lunes a la mañana doy biodanza en el Hospital de Día Pascual Palma –que ahora se llamará (doctor) Mario Bosi, por lo cual el 11 de diciembre habrá una ceremonia. Es una ronda quieta porque hay amputados, gente con Alzheimer, Parkinson y otras demencias.

—¿Cómo opera la biodanza en un grupo con esas características?
—¡Uh, impresionante! Ellos van ahí a rehabilitarse. Podés rehabilitar el movimiento y aprender a hablar nuevamente, pero si no rehabilitás el modo que te llevó a estar enfermo… Para eso adquieren nuevas herramientas. 

—¿Cómo enfocaste el trabajo al principio?
—No tenía ni idea pero sabía que tengo llegada con los viejos, porque soy una tana muy expresiva. Además, durante dos años le había hecho masajes a la mamá de una amiga en un geriátrico. 

—¿Qué conclusiones o aprendizajes rescatarías de los distintos ámbitos en los cuales has trabajado con este sistema?
—Fui con una amiga a la Unidad Penal de mujeres pero me costó sostenerlo porque es un lugar áspero. Tienen muchos talleres durante la semana y elegimos ir el domingo por la mañana, así que solo venían tres. Fue muy duro y en un momento a mi amiga Nancy se le enfermó la mamá, y por primera vez en mi vida decidí decir “no puedo”. Así que dejé de ir. Además doy en dos grupos comunes y este año comenzamos en San Benito con un grupo para familias, incluyendo a niños. Decidimos que continuaremos en marzo del año próximo, más organizadamente. En cuanto a la experiencia, he logrado poder expresarme “desde las tripas”, entera. Cuando doy clases, me viene una energía muy “grossa” y no puedo no ser yo. Entonces durante el resto del día me resulta fácil seguir siendo yo. Hay lugar para que cada uno sea el que sea, no todos iguales como más o menos quiere el sistema. 

—¿Un caso en particular?
—Todas las personas que vienen a los talleres me hacen revisar el paradigma, porque son muy buscadoras. Me siento muy bendecida por eso. 

—¿Dónde se desarrollan?
—Los lunes –de 18.15 a 20.15– en Casa Patio –Pascual Palma 857– es un grupo de adultos, los jueves por la mañana –de 9 a 11– en Espacio El Árbol –Garrigó y Santo Domínguez, en el Hospital Palma y ya veremos cómo difundimos el del año próximo en San Benito.    

El tarot como sanación

—¿Qué conexión estableciste entre el tarot y el principio biocéntrico?
—El tarot lo aprendí de Silvana Musso. La biodanza pone la vida en el centro y eso es –entre otras cosas– relaciones de igualdad. Y las cartas generan redes de igualdad y cuidado de la vida. Yo parto desde ahí, desde una mirada luminosa del todo, incluso de nuestras oscuridades. Eso da la posibilidad de amarnos enteramente y habilitarlo para los demás. 

—¿Te referís al tarot tradicional?
—No, el tarot Madrepaz, que son unas cartas redondas escritas, sentidas y dibujadas por dos minas –aunque en realidad fue más gente. Estaban hartas de las guerras y el patriarcado que imponía cosas, entonces lo hicieron desde una visión matrística, como lo fue antes la sociedad cuando estaba organizada desde lo que da la vida. 

—¿Cómo es la estructura comparada con la del tarot egipcio o el de Marsella?
—Del marsellés no sé mucho, salvo que tiene una mirada más patriarcal.

—Me refiero a los arcanos.
—Es lo mismo, tiene 22 arcanos mayores y diez menores por cada palo. Depende de qué tarot sea, a cada palo se le atribuye un elemento. También tengo un tarot de biodanza, el cual tiene animales. Durante la formación, Silvana te da un disco que para cada arcano tiene una danza para hacer, al igual que algunas preguntas muy sencillas. Cuando las leí, en media hora, releí y reorganicé toda mi infancia. Fue muy importante y la primera vez en mi vida que dije: “Quiero eso”. Así llegó el tarot a mi vida, fue pura sanación y una herramienta de auto conocimiento impresionante. Eso también es biodanza. 

—¿Cómo juega la circularidad, teniendo en cuenta que en el tarot tradicional la carta invertida tiene otra significación?
—En el Madrepaz también, y si está a la izquierda o a la derecha. La carta tiene unos numeritos de referencia. De todos modos, todo esto es relativo, se toma la energía de la carta y se analiza en el contexto. Son dibujos hermosos. 

—¿Qué sensaciones tuviste la primera vez con las cartas?
—Mucha emoción; no tenía ni idea e iba tratando de creérmela porque me resultaba raro. Después vino solo y lo que trajo fue muy claro. 

—¿Qué fue lo que definitivamente te corrió del escepticismo?
—La sanación que trae es muy clara y no hay modo de no creer. No tengo modo de no creer.

—¿Qué sucedió cuando comenzaste a hacer lecturas?
—Vino solo porque las amigas comenzaron a preguntarme por curiosidad. 

***

Un tarot feminista con fundamentos repatriarcales

El tarot Madrepaz fue creado a finales de 1970 y sus cartas reúnen conocimientos de psicología, tarot, astrología y otras ciencias. 

Fue pensado por Vicky Noble –una feminista chamánica– y diseñado por la artista Karen Vogel sobre la base de la historia y la etnografía de las prácticas esotéricas femeninas documentadas. Noble, igualmente, es autora de varios libros altamente respetados en el chamanismo femenino

En lo sustancial este tarot conserva la estructura original de los más antiguos, pero sus interpretaciones en ocasiones difieren de las tradicionales, adaptándose al objetivo que la autora le da. Su perspectiva espiritual-feminista y erudita apunta a recuperar los valores positivos, nutricios, y de orientación pacífica de los tiempos prepatriarcales.

***

El biocentrismo y sus implicancias en la organización del todo

El Principio Biocéntrico fue formulado por Rolando Toro en 1970 y es un paradigma que intenta explicar que todo lo existente en el universo está organizado en función de la vida (“el universo existe porque existe la vida y no a la inversa”), así como antiguamente existieron los paradigmas geocéntrico (la Tierra es el centro del universo), heliocéntrico (el Sol es el principio del universo) y antropocéntrico (el Hombre es el centro de la creación). Significa que la vida es una condición esencial en su génesis y un proyecto-fuerza que conduce, a través de millones de años, a la evolución del cosmos.

Esa idea de un mundo organizado en función de la vida ya estuvo presente en los misterios pitagóricos, en el mito de Orfeo,  en Heráclito, en las cosmogonías caldeo-asirias, orientales, egipcias, chamánicas del Perú, México y Estados Unidos, y en pueblos primitivos de Australia y África.

En el Principio Biocéntrico la vida es el centro, ya sea vegetal, animal, el planeta tierra y el Universo y de esa manera posibilita la integración entre el ser humano y el cosmos. Toro sostiene que “todo aquello que existe: estrellas, plantas, animales, seres humanos... son componentes de un sistema viviente mayor, sometido a una matriz previa de organización basada en leyes físicas, biológicas y cósmicas. 

 Según el principio, el universo existe porque existe la vida, y no lo contrario. La vida no es consecuencia de procesos atómicos y químicos, sino la estructura guía de la construcción del universo. Las relaciones de transformación materia-energía son estados de integración de la vida. La evolución del universo es en realidad la de la vida. 

En esa línea, la estrategia de transformación existencial cambia a partir del principio biocéntrico: los parámetros de la vida cósmica se convierten en los parámetros del estilo de vida. Los gestos se organizan como expresiones de vida, no como medios para alcanzar fines externos.

 
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