La locura y la picardía de Tochi Eymann

La escritora paranaense presentará su más reciente libro de cuentos, “Perfiles de muñecas”, el viernes a las 20.30 en el centro cultural La Hendija (Gualeguaychú 171)
11 de agosto 2015 · 06:50hs
Ferny Kosiak / Especial para UNO
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Tochi Eymann sonríe desde que abre la puerta y despliega su verborragia cargada de anécdotas, locuras, personas y arte con los que se relaciona desde la alegría.

Tochi presentará el jueves 13 de agosto a las 20.30 en La Hendija (Gualeguaychú 171) su último libro Perfiles de muñecas, después de haber publicado A la siesta, la vuelta manzana; El carozo y el caracol (junto a Federico Celecia) y Pedaleando historias. En el lanzamiento del nuevo conjunto de cuentos acompañarán a la autora las pianistas Lilia Vieri y Sylvia Eymann que interpretarán piezas a cuatro manos.  

A mí me tocará decir algunas palabras, analizar en la medida de lo posible, estas historias tan difíciles de abarcar bajo un solo adjetivo.

—¿Cuál es el primer perfume que recordás?
—El jazmín del cabo, que es hediondo y florece para la fecha de mi cumpleaños. Me hace recordar la casa de mi infancia y a mis bisabuelas. 

—¿Quién es el más loco de toda tu familia?
—Son todos locos. Pero el más loco fue mi abuelo materno, que fue director de una cárcel. No loco porque no fuera correcto, era pintoresco y las empresas de él siempre fueron muy importantes, por ejemplo se gastó toda la guita en hacerle la campaña electoral a una persona muy amiga de él y que llegó a vicegobernador. Te estoy hablando de muchísimos años atrás. Cuando dirigió la cárcel hizo construir un teatro, se hizo amigo de un dramaturgo y llenaba su casa de escritores: Saraví, Marcelino Román, personajes que conocí en mi infancia porque iban a cenar a lo de mi abuelo.

—¿Cuándo empezaste a actuar?
—De muy jovencita. Iba a teatro para niños. Pasaron los años y cuando llega el Teatro Independiente Popular Fray Mocho, yo tenía unos 18 años e hicimos teatro universitario. Ya había empezado a estudiar Abogacía y de todos modos viajaba para tomar clases de teatro. Cuando empecé a trabajar dejé el teatro. Volví a los 52 años con Raúl Kreig e hicimos Muchas felicidades de Paco Urondo, y yo hacía el personaje Tía Gloria. 

—¿Ahí enganchaste con la escritura?
—Sí. Porque cuando se desarma el montaje que habíamos hecho para hacer Muchas Felicidades me dice Judit Diment: “Tochi, no vas a dejar de hacer teatro, vos que escribís tan bien”. Y a mí siempre me quedó eso porque yo escribía pequeños ejercicios que hacíamos con Raúl. Judit me dijo que me inscribiera a un curso que daba Mauricio Kartun. Así fue y ahí empecé. Después vino Carlos Falco a dar un curso de dirección actoral. Todos los de la Alianza Francesa nos inscribimos. A mí me tocó con mi marido Baby y con María Silvia Rodríguez. A fin de año estrenamos El Aniversario, de Chejov, donde actuaban Manacha Yañez y Celia García. Las dos creían que nunca más iban a volver actuar y Falco les dijo que me hicieran la gauchada, porque yo estaba pasando un mal momento porque lo habían operado a Baby y ya estaba muy mal.  

—¿Cómo convivía tu parte artística con tu trabajo como fiscal? 
—Baby hacía serigrafía e iba a lo de Carlitos Asiaín y hacíamos mucho arte, de una o de otra manera. Cuando terminó el Proceso, Baby me estimuló para que hiciera teatro porque sabía que no podía participar en política, pero quería que participara en algo. La llegada de la democracia fue como si el cielo estuviera oscuro y se pusiera claro de golpe y Baby me decía que participara, que no me quedara encerrada. Tribunales en esa época se puso más flexible. Tampoco podía hacer una locura con Jorge Fillastre, como hoy la haría tranquilamente.

—Y todas esas experiencias ¿cómo te llevaron hacia el lado de la escritura?
—Empecé a salir del registro notarial para volcarme a un registro imaginario y empecé con la dramaturgia. Tal es así que la primera obra que escribí en mi vida, La Luna Llena, en 1988, que tiene un premio de la UNER, es entendible solo para los teatreros, porque hay muchas cosas que no se dicen, que son símbolos, y los personajes son muy locos. Está hecha totalmente con imágenes, la escritura no es lo mejor.

—¿Esa obra se publicó?
—El concurso fue organizado entre La Hendija y la UNER y el único primer premio era que Lito Senkman dirigiera la obra ganadora. Cuando el jurado cree que en el concurso no hay ninguna obra buena, llegó la mía. Y consideraron que era una obra escrita por alguien de teatro. Lito, me dijo después, se asustó porque pensó que la había escrito un hombre  y que no iba a querer aceptar sus sugerencias para dirigirla. 

Le dieron tanta publicidad a ese premio que a mí me daba vergüenza. La cuestión es que me dieron una mención de honor y una medalla de plata pero no me la publicaron ni me la dirigieron. Ahí están todos los personajes que aparecieron después en mis libros.

—¿Cómo fue el paso de la escritura dramática a la narrativa?
—Me hice amiga de Mercedes Falcón que había venido a dar unos cursos de dramaturgia en Diamante. Nos íbamos para allá con Rubén Clavenzani y Guillermo Meresman a estas clases que duraban toda la semana. Cuando nos despedimos de Mercedes me dice “Tochi, yo creo que la única que va a seguir escribiendo sos vos”. No sé si me lo dijo por el ambiente de despedida o si me lo dijo de verdad. Yo escribía todo el tiempo en el curso y todos se mataban de risa con lo que hacía. Justo me había jubilado y también había fallecido Baby. Fueron días difíciles porque empezaba otra vida y renga. Yo quería hacer algo que no dependiera de los demás. Y Mercedes me conectó con Ricardo Monti y él me aceptó como alumna particular en Buenos Aires.  Él me dijo que me veía como narradora, que lo que escribía andaba bien en la narrativa pero en la dramaturgia no. Me dijo que leyera todos los cuentos de Chejov y que no me pusiera a leer las reglas de la escritura del cuento, que viera las pinceladas que daba Chejov con trozos de vida. Cuando dejé de viajar a Buenos Aires comencé con un taller de María Elena Lothinger que duró dos o tres años y ella fue la que me llevó a hacer narrativa. Ella se dio cuenta de que yo tenía facilidad para el absurdo y me estimuló mucho eso. Ahí éramos todos amigos y recibí mucho de esa gente.

Un día María Elena dijo que iba a cerrar el taller porque los que iban no escribían. Solo yo escribía y ella me recibió en clases particulares y seguí con ella unos tres años más. Algunos cuentos del nuevo libro tienen la semillita en esos días, en lo que hacía con ella. María Elena se horrorizaba y yo me mataba de risa. Después empecé a ir a Paraná Te Cuento por invitación de Chury Chemín y ahí leí muchos cuentos. Dos años y ocho meses después de la muerte de Baby lo conocí a Federico (Celecia) y comenzamos a escribir juntos, así nace la relación nuestra. Él tenía su taller de acuarela en el Taller del Río, donde compartían con Chury y Gloria Montoya, era tan bello, tan lleno de laboriosidad ese lugar. Ahí nació el Paraná Te Cuento y Federico nos tomaba el tiempo en los ensayos, le había agarrado la onda. Gloria sugirió que comenzáramos con un taller de escritura y así nació Los 13 del Lunes. Ahí estábamos todas las viejas que vas a encontrar hoy en todos los talleres literarios de Paraná. (Nos reímos, es inevitable.)

—Se podría decir que comenzaste a ser escritora de vieja, entonces.
—Sí, sí. Lo de escritora sí. Lo de la actuación más o menos porque yo dejé de hacer teatro por 20 años y retomé de grande, pero yo nunca me tomé la actuación como jodita, sino con seriedad. 

—¿Qué diferencia hay entre este nuevo libro, Perfiles de muñecas, y los tres anteriores?
—Creo que acá eché más carne en el asador, sin perjuicio de que los cuentos sean más cortos. No me refiero a la cantidad de palabras empleadas sino a las cosas que antes no quería decir y que ahora las digo con mayor tranquilidad. 

—¿Cuál fue el personaje que más te gustó representar?
—Simona, la sirvienta de la obra Saverio, el cruel, de Roberto Arlt. 

—¿Cuál es tu cuento preferido?
—El balcón de Felisberto Hernández.

—¿Y de los escritos por vos?
—Quién es ese, está publicado dos veces. Son unos chicos de Paraná campaña que no tienen figura paterna.

—¿Qué te hace feliz?
—El amor.

—¿Con qué palabra te definirías?
—Tochismo. 

Lanza unas risitas mínimas y sonríe con la picardía de siempre.

 
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