“La Hendija es un lugar del corazón”

Diálogo Abierto. Claudia Zaragoza, directora de teatro. Dolor de infancia. El encanto de Shakespeare. Hacer cultura, ayer y hoy
22 de febrero 2015 · 08:47hs

Julio Vallana/ De la Redacción de UNO

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La actriz y directora Claudia Zaragoza fue parte de alguno de los momentos iniciales de la etapa fundacional del centro cultural La Hendija –el cual cumplió 25 años durante 2014. Actualmente integra un grupo que le ha dado un reimpulso a la actividad de la institución, evidenciado el año pasado a través de una atractiva diversidad –comparable a la de los mejores tiempos– y que promete consolidarse durante el actual. Sobre aquella etapa y sobre el transitar la gestión con las nuevas generaciones y sus desafíos, fue la charla con la protagonista de As noches.

 

Aldea y nostalgia

—¿Dónde naciste?

—Soy de Aldea Brasilera –departamento Diamante–, un lugar donde hace rato que no voy pero a veces tengo cierta nostalgia porque tengo un amigo viviendo allá y suelo tener noticias.

—¿Viviste en el pueblo o en la campaña?

—En el centro de la aldea. Me fui cuando tenía 10 años.

—¿Cómo era en tu infancia?

—Todas eran calles de tierra, había asfalto solo en la entrada –que era donde vivía– y me parecía todo grande. Jugábamos con los compañeros de la escuela y amigos. Vivía y construía casitas arriba de los árboles que rodeaban a mi casa –la cual ya no está–, tal es así que una vecina me decía La Moni.

—¿Un lugar que fuera una referencia importante?

—Hay un arroyo y en una parte se forma como una olla –porque hubo una cantera– y para nosotros esa caída de agua era como las cataratas. Era nuestra recreación veraniega. También el patio y las aulas de la escuela número 9.

—¿Te gustaba la escuela?

—Sí. Se hacían bailes y tocaban Los Príncipes, lo cual era un suceso.

—¿Personajes del pueblo?

—No… recuerdo vecinos. Hace unos años una amiga me llevó en auto pero no me animé a bajar. Hacía mucho tiempo que no iba, vi gente sentada a la puerta de su casa y tuve la sensación de reconocer los mismos rostros. Me impactó mucho. Ahora tengo ganas de volver y hablar con ellos.

—¿Atravesaste alguna situación traumática mientras viviste?

—No sé… las cosas de la infancia… Mi infancia no fue fácil.

—¿Por lo económico?

—Por otros temas más personales.

—¿Qué actividades laborales desarrollaban tus padres?

—Mi mamá era la enfermera de la aldea –había otro pero no estaba instalado allí–, no había médico, y mi papá vendía billetes de lotería y levantaba quiniela –que en esa época era ilegal (risas).

—¿Te atraía el trabajo de tu mamá?

—Lo veía muy lejano porque el consultorio no estaba en mi casa. Una vez la buscaron porque el vecino de enfrente era asmático, se había caído en el baño y estaba bloqueada la puerta. La acompañé y fue una situación terrible, porque estaba inconsciente. Para mí fue como que le salvó la vida. No me atraía como vocación porque tengo cierta cuestión con la sangre y no sé si podría ver las heridas. La vocación tampoco fue por el lado de la lotería (risas). Aunque el azar sí, porque en el teatro lo uso, ya que hay cosas que surgen no planeadas.

—¿Tus padres nacieron en la aldea?

—Mi mamá sí; la casa donde vivíamos era la de sus padres. Eran alemanes del Volga.

—¿Quién llegó a la zona?

—No sé si exactamente mis abuelos o sus padres. Mi mamá era de apellido Dome y la mamá de mi mamá Goethe. Son fundadores de la aldea.

—¿Conservaron las tradiciones?

—Mi mamá se salía un poquito del molde porque estudió. Falleció cuando yo era muy chica así que no pude indagar mucho en eso. Recuerdo las fiestas del patrono de la aldea –San José–, las tortas alemanas –rellenas con dulce de zapallo–, los crepes y las carneadas de cerdo, en las cuales todos colaboraban.

 

Romeo, Julieta y el amor

—¿Leías?

—No había demasiados libros en casa pero sí una edición de Romeo y Julieta, que leía cuando era chica. Papá escribía poesía –aunque sin ningún tipo de formación–, hace un tiempo encontré uno de sus cuadernillos y hay una dedicada a mi madre. Me sorprendió. Él siempre hablaba del amor pero escribía de una forma muy lírica, idealizando los sentimientos.

—¿Qué te quedó de esa primera lectura de Romeo y Julieta?

—Me impresionó la lucha, la búsqueda del amor, el jugarse y morir por amor, que no estuviera permitido…

—¿Lo releíste?

—Obviamente, aunque buscando otras cosas. Fue el primer encuentro con el teatro. Había otro libro que mi papá sabía de memoria y lo recitó hasta los 90 años, El puñal de los troveros.

 

Ciudad y lugares

—¿Se fueron de la aldea tras fallecer tu mamá?

—Sí, a la casa donde estoy ahora –en barrio Rocamora–, que papá pudo comprar con un seguro que tenía mi mamá.

—¿Cómo viviste el contraste con la ciudad?

—Era un mundo por descubrir. Cuando veníamos a Paraná veía el Cristo Redentor en la altura y yo quería estudiar en esa escuela. Así que me inscribió ahí.

—¿Cuándo volviste a la aldea?

—Estando en 7º grado, porque tenía mis padrinos. Mi padrino era el presidente de la junta y fui a algunas fiestas. Después dejé de ir y no volví durante muchos años.

—¿Te integraste a Paraná?

—Siempre. Cuando me preguntan de dónde soy, digo “de Paraná”. Es mi lugar porque es el que he elegido, aunque en la aldea también tengo un anclaje que ahora estoy redescubriendo. A veces voy con el Google map y está bueno.

—¿Qué te atraía además del edificio del Cristo Redentor?

—Vivo al costado de la cárcel, era un lugar de misterio y en esa época la zona estaba poco poblada. Tenía esa idea infantil de los presos como los pobres buenos e inocentes que estaban allí. Estaba la iglesia, con la cual estuve vinculada en la adolescencia, a través de la Legión de María –de lo cual ahora estoy muy lejos.

 

Descubrir y camuflarse

—¿Vocación?

—Quería ser policía (risas), detective privado, porque veía las series y quería descubrir a los malos. Ser otro, disfrazarme y descubrir los crímenes.

—¿Lecturas que influyeron en la adolescencia?

—Iba a una escuela católica y nos daban para leer Platero y yo, Juvenilia, Marianela… Después comenzaron otras lecturas y comencé a leer más en la facultad, en plena apertura democrática. Fue descubrir el mundo de Cortázar, Borges, la literatura latinoamericana y luego las lecturas de teatro.

—¿Cuándo desechaste la idea de ser detective?

—(risas) Se fue diluyendo pero tiene que ver con indagar, descubrir mundos y camuflarse –como el teatro.

—¿Qué tenía que ver con esto la carrera que estudiaste?

—Surgió por los famosos test que te hacen en la Secundaria, porque me dio por lo humanístico, en lo cual había pocas carreras. Ciencias de la Información era algo nuevo y nos interesó con Silvina Rosa, y supimos que por la tarde iban Lucrecia (Peréz Campos) y Laura (Peter), con quienes fuimos a la misma escuela. El curso de ingreso y el primer año fue durante la época militar y la currícula, desgraciadamente, tenía que ver con la filosofía aristotélico-tomista, aunque luego fue mutando. Llegó gente que había estado exiliada, trajeron otras lecturas y visiones, y estuvo bueno. Se abrieron las cabezas y apareció el arte y la creatividad, que estaba muy tapado.

—¿Te imaginabas en algún ámbito de la comunicación?

—Se me abrió la visión de la comunicación desde el arte, lo cual comenzó a absorberme –al punto que hacía más teatro que estudiar, y no hice la tesis.

 

Un director y un nuevo mundo

—¿Personas o situaciones determinantes?

—Mi primer director de teatro fue Osvaldo Neyra –de Concepción del Uruguay. Su presencia y personalidad fue muy fuerte, era una persona muy ética. Nos enseñó –más allá de la técnica– que el teatro tiene que ver con lo que humanamente se es. Cuando era adolescente veía por la ventana pasar los tanques por mi casa y con una amiga que vivía frente a la cárcel de mujeres, veíamos los camiones que entraban cargados, por la noche. Sus hermanas tenían a compañeras y profesoras del Cristo detenidas allí. Después de todo esto, la facultad y el teatro se abrieron a un nuevo mundo, y comenzamos a enterarnos lo que había pasado. En la facultad era la época del señor (Carlos) Uzín: en la facultad no podíamos subir al primer piso –donde estaba el rectorado– y había que pedir permiso.

—¿Cómo fueron tus inicios en La Hendija?

—Con Silvina (Rosa) comenzamos una aproximación a lo cultural; yo me sumergí en el teatro y ella en la difusión. La Hendija comenzó a tener un valor significativo y estuvimos en la inauguración, aunque ella mucho más porque formó parte de la creación. En ese momento había mucha gente trabajando acá, con mucha convicción y ganas. Antes, habíamos formado parte de la agrupación cultural La Ventana –frente a la plaza Martín Fierro. Ahora, a estas agrupaciones y gente que trabaja en la cultura se les llama gestores culturales.

—¿Qué alcance tenía esa actividad?

—También trabajábamos con los chicos de barrio Belgrano, traíamos gente y espectáculos de Buenos Aires y generábamos teatro. Fueron hechos importantes.

—¿Cómo definís ese “clima” de época cultural?

—Era descubrir un mundo desde la creación y la militancia –aunque no fui una gran militante –como Silvina. La reivindico y me emociona, porque estaba con su alegría y su risa, y siempre traía algo nuevo. Se metía con todo y se jugó con todo por los principios de La Hendija.

—¿En algún momento asumiste un perfil más profesional en cuanto a lo teatral, en el sentido de separarlo de los otros componentes que mencionás?

—Desde esa época hice teatro y tal vez comencé a profesionalizar más la cuestión con el dictado de talleres para niños acá –a finales de los 80. Armando (Salzman) y Eli (Palacios) abrieron este espacio y me convencieron, ya que no había mucha gente que lo hiciera, y tuve muchos alumnos. Fueron 10 años acá, en la Casa de la Cultura y en el Juan L.

 

Un lugar del corazón

—¿Qué representaba La Hendija por entonces?

—Siempre significó algo importante para mí, aunque a veces me peleaba. Siempre estrené acá –o en Santa Fe– e hice mis obras acá. Ahora ocupa otro lugar porque estoy trabajando con la cooperativa que está en formación. Es un lugar del corazón.

—¿Cómo es compartir con otra generación que se ha incorporado a la gestión en estos últimos años?

—Hay cosas que no las han vivido. Te hablo de Silvina, de Mirta Burstein… no quiero mencionar gente porque tal vez no quiera ser nombrada. Hablo de ellas porque no están y fueron una parte importantísima. Aquí hubo momentos…

—Memorables.

—Sí, de los cuales tal vez no formé parte, porque estaba en otro lado en ese momento, ya que me he acercado y alejado, pero siempre volvemos. Estamos trabajando desde el año pasado con gente muy joven, con quienes estamos constituyendo una cooperativa e intentando generar un espacio más orgánico.

—¿Qué características requiere hoy la gestión cultural para ser exitosa?

—Trabajar, apostar, creer y reivindicar siempre el espacio cultural como un lugar donde se generan cosas y que implica poner el cuerpo. A pesar de la era tecnológica, hay que poner el cuerpo, y esto es lo que vale en un espacio cultural, de una manera o de otra. Es el fundamento de todo esto. Espacio-cuerpo.

—¿Lo de Gilles Deleuze?

—Exactamente; lo he leído mucho. Porque es la persona quien genera y tracciona, construye, cambia y modifica.

—¿Qué dimensión tuvo la actividad de 2014 con relación a los 25 años de creación de La Hendija?

—No fue un momento en particular sino que fueron varios transcursos en el año de festejos. Algunos momentos tuvieron más valor para algunos y otros para otros. Seguramente se seguirá repitiendo a partir de este año, con arreglos en el edificio y ajustes en cuanto a la actividad.

—¿Qué está previsto para este año y en lo personal?

—En lo personal es un cambio porque trabajaré no solamente acá dando mis talleres. Y para el grupo será un año de mayor ajuste y afinar la puntería en cuanto a lo que se desea y pretende con la cooperativa. Todavía tenemos que charlar y pensar, así que no puedo adelantar mucho. Estamos pensando en un canal a través de Youtube y otros medios, hay otras ideas más simples y muchos proyectos –como el de rescatar lo que fue el cine acá, en lo cual está interesado Mauro Bedendo. Hay que definir prioridades.

—¿Qué características tendrán tus talleres de teatro La Morisqueta?

—Estarán destinados a jóvenes y adultos –en ATE, Colón 59, viernes por la tarde– y a la mediana y tercera edad –en La Hendija, Gualeguaychú 171, los lunes por la mañana. Los objetivos son transitar y vivenciar mediante los códigos y lenguajes artísticos diferentes situaciones, apropiarse de las técnicas y procedimientos que el teatro ofrece, fomentar la expresión y comunicación con los demás y con el mundo valorando el trabajo cooperativo y la posibilidad que brinda esta actividad para desarrollarse en forma personal, acrecentando la participación en grupos de trabajo que en el teatro son inherentes a su propia enunciación.

 

“As noches”, con estilo propio

 

En su espectáculo unipersonal As noches, Zaragoza recrea –lejos del cliché y con oficio propio– algunos de los memorables personajes de la gran Niní Marshall.

—¿Qué lugar ocupa en tu trayectoria el trabajo sobre Niní Marshall?

—La volví a hacer hace poco –en octubre. Apareció por casualidad e intervino el azar. Llegó a mis manos un libro –que creo se llama Las aventuras de Niní– el cual tenía los textos radiales de sus personajes, con Juan Carlos Torri: Catita, Cándida, La niña Jovita... En ese momento estaba acá en La Hendija dando talleres para chicos y pensé que podía funcionar porque era muy juguetón. Cuando comencé a leerlos descubrí que me gustaba.

—¿La admirabas, te atraía particularmente su actuación?

—Era una referencia como tantos pero mi encuentro fue azaroso; la tenía vista en el cine y escuchada pero no la había leído.

—¿Qué te resonó por la lectura de esos textos?

—Me hizo reír y reír, y pensé que tenía que hacer reír a otros y que se darían cuenta de la grandeza de esta mujer, quien en 1930 comenzó a escribir y decir estos textos, se la jugó para darle de comer a la hija, ya que estaba separada.

—¿Desde qué te identificás?

—Desde el juego, ella jugaba mucho desde la candidez y lo grotesco, pero conservando la ternura hacia las otras personas que estaba mostrando. No desde el insulto ni que el otro es el enemigo. Su ternura fue lo que me hizo admirarla tanto.

—¿Todavía te llama la atención algo cuando la reponés en escena?

—Que a 100 años de su nacimiento, la hago y veo un nene o joven que se ríe, haciendo otra cosa que lo que ella hacía. Y no tienen idea de quién fue.

—¿Por qué funciona?

—Es verdadero, no desde el lugar de que “yo digo la verdad” sino de cuando en el otro hay un sentimiento que es real. Todavía genera esa verdad y yo siento que genero, a veces, un poquito de eso.

—¿Te desbordó alguna vez?

—Uno de los personajes –Catita– cuando termino, tomo un ramo de flores, saludo, digo “as noches” y me doy vuelta para poder trocar al otro personaje. Me pasó que estando con el ramo en la mano y mirando a la gente, se me hizo un nudo en la garganta en ese momento. La emoción del cuerpo.

 

 

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