Hace apenas algunos días se conocía la noticia sobre el posible abuso sexual que habría sufrido una pequeña de tan solo meses de vida. Aquella beba había llegado a la ciudad de Paraná, trasladada desde Concepción del Uruguay, con un trastorno pulmonar grave y finalmente falleció. Pero fue en la capital donde los médicos observaron las lesiones que hicieron presumir un abuso, e inmediatamente hicieron la denuncia. La primera reacción de quienes se fueron enterando del tema fue de asombro ante la irracionalidad del hecho. La pregunta sobre quién lo habría cometido, y qué tipo de personalidad podría mover a semejante aberración fueron los inmediatos interrogantes del momento para quienes leyeron esa noticia como leen otras tantas.
Los umbrales del horror
5 de julio 2016 · 08:40hs
Imposible imaginarse el estado de los padres de esa niña, que no solo debían enfrentar la muerte de su hija, sino que ahora también se sumaba esta circunstancia que no podían creer. Con el transcurrir de las horas el tema fue sumando otras perspectivas, y con ellas, nuevas preguntas. En primer lugar los profesionales de Concepción del Uruguay que la atendieron y derivaron al hospital San Roque afirmaron que al momento de auscultar a la niña esta no presentaba ningún tipo de trauma del tipo que señalaron sus colegas en Paraná.
Ante esto, a la duda sobre si hubo o no abuso sexual, se sumaba ahora el momento en que surgieron las lesiones. Y con ello la definición sobre qué jurisdicción judicial debía intervenir. Según el lugar donde se produjo el hecho, debía intervenir Concepción del Uruguay o Paraná. Pero como si todo esto fuera poco, la Justicia uruguayense, que tomó el caso desde el primer momento, ordenó una investigación sobre el hecho. Hubo allanamientos, intervenciones en los hogares de la familia de la niña, interrogatorios y la realización de una autopsia para encontrar rastros que, científicamente, permitieran arrojar algo de luz sobre el tema. No fue así. Los resultados forenses no fueron categóricos. A partir de ese momento, las preguntas y las ansias por saber se hicieron carne en los padres de esa niña que, cuando deberían estar elaborando su duelo, las dudas se les atragantan en el pecho y quieren saber qué pasó. Necesitan respuestas. Dicen que confían en la marcha de la investigación, y junto a otros familiares están llamando a una marcha reclamando el esclarecimiento del hecho.
Las preguntas retumban por todos lados. ¿Hubo abuso? ¿Quién pudo incurrir en semejante vejación?, ¿Los médicos iniciales realizaron una revisión a fondo de la niña? Ante la falta de certezas, los rumores cobran fuerza. Muchos apuntan a un tío "raro" en la familia, a una potencial mala praxis ante un hecho tan grave y no detectado. Todas conjeturas. El dolor inimaginable de perder a un hijo se suma a un hecho tan indescriptible que traspasa los límites de lo comprensible, no solo para esos padres, sino también para una sociedad que todos los días ve cómo el umbral de lo doloroso y cruel se corre un poco más hacia adelante, convirtiendo lo que queda detrás en algo cotidiano. Ya no asombra, como hace un tiempo, la muerte de mujeres víctimas de violencia de género. Eso fue al principio. Hoy sucede todos los días, es parte de todos los noticieros. Tampoco las violaciones de mujeres, que comenzaron siendo víctimas solitarias de algún sádico para terminar con una niña de 13 años violada por todo un grupo de jóvenes en una fiesta en un country, como pasó la semana pasada. Ahora se habla de una bebé de 8 meses abusada sexualmente. ¿Esto también se transformará en una nueva marca superada?