Mauro Meyer/De la Redacción de UNO
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“La isla me ha dado el rancho, nutria y pescado. Los tres éramos unidos pero ahora somos enemigos porque me han desalojado. No cambio a mi canoa por vagón de ferrocarril, ahora sí que estoy en la vía, todas mis cosas perdidas, Oh, aña memby. En cuanto bajen las aguas qué distinto para mí. De mi rancho ni los postes y, hamacando camalotes, la cuna de mi gurí. Si me topo a la canoa, boca abajo entre las chilcas, he de jinetearlo al río, castigando todo el tiro, para que deje por siempre, las malditas crecidas”.
Esta es la letra de un chamamé de Miguel Fernández y Julio Gutiérrez que narra la pena del pobre islero y sin dudas que viene a la perfección para marcar la situación que viven los habitantes ribereños tanto del río Paraná como del río Uruguay. La canción es acompañada por una melancólica melodía, lo que la hace más triste aún si uno se pone a imaginar el panorama. Para el isleño la crecida del río es algo normal, está acostumbrado. La sabe pelear y mal que mal se la rebusca. Sin ayuda muchas veces. El panorama es diferente cuando el agua avanza en la ciudad. El río no da tregua y no hay mucho tiempo para pensar. Hay que salvar lo que se pueda, lo que tanto esfuerzo costó conseguir. Enseguida, el costado solidario del pueblo argentino, que se organiza para dar una mano sin importar las banderías políticas. Como debe ser ¿no?
La parte patética, la parte oscura es que los dirigentes hagan precisamente política con la desgracia ajena, algo de lo cual nos tienen acostumbrados en nuestra querida Argentina. Que Macri, el presidente, estaba de vacaciones y despreocupado por la situación. Que dónde está el Estado para colaborar. Críticas que no aportan nada y que poco les importa a los habitantes que están con el agua hasta las bolas!!! Por eso, es mejor hacer que decir y trabajar en silencio para que la vuelta a casa sea lo menos traumática posible. Por eso, mis felicitaciones para aquellos que se movilizaron, para los militantes que en vez de pensar quién está ahora en el gobierno se arremangaron para ayudar a quienes más lo necesitan. Dejaron las palabras de lado y se abrazaron a la solidaridad. En este país, las palabras sobran, sobre todo al momento de hablar de política. Ahora debe ser momento de callarse y actuar. En cuanto bajen las aguas... ahí recién vuelvan a discutir quién hizo o dejó de hacer.
“En cuanto bajen las aguas, qué distinto para mí”
30 de diciembre 2015 · 08:47hs