Valeria Girard / De la Redacción de UNO
[email protected]
Encontrar el regalo perfecto para cada integrante de la familia, organizar la mesa navideña sin olvidar el más mínimo detalle, sentir el agobio de saber que se está comprando más de lo que se debe y que se pagará más de lo que se puede, por estos días el ajetreo en el que se vive es, para más de uno, perturbador.
Es que la Navidad estresa, por las imposiciones sociales, culturales y por la sociedad de consumo en la que estamos inmersos. Si uno se retrotrae a la infancia, probablemente la perfección con la que se adornaron los alimentos navideños o las vestimentas de gala seguramente no sea lo que más atesoremos.
Recuerdo mi Navidad cuando era chica y lo que primero se me viene a la mente no son los mejores regalos, sino el “aroma y el clima navideño”. Los vecinos que venían a brindar anticipadamente, los tardíos ya con unas copas de más, los tíos y primos que llegaban desde lejos para compartir la mesa, el pasto recién cortado y los sillones playeros en ronda, una ronda muy grande en la que se relataban las más variadas anécdotas, la ansiedad por que llegara la medianoche o la mañana del 25 y la mejor ensalada de fruta del mundo. Los fuegos artificiales, la Misa de Gallo que congregaba a todo el pueblo.
Los locales comerciales hoy asfixian, la gente amontonada y malhumorada también. En medio de despedidas de año y las obligaciones laborales que aún no culminaron, los clientes se lanzan a la calle a recorrer vidrieras dispuestos a comprarse todo; además a quejarse por los precios, por la falta de variedad y por el calor, es un clásico.
A pesar de las diferentes estrategias que íntimamente planean cada año para hacer las compras de fin de año tranquilos, sucumben ante la propuestas de horarios extendidos (mientras los empleados de comercio no ven la hora de que pasen las Fiestas para poder descansar y retomar la rutina), corren en busca de precios y se enojan porque deben esperar más de 30 minutos en la cola de la caja registradora. Mientras aguardan, con las manos repletas de bolsas de compras, se juran que el año próximo promoverán a nivel familiar vivir unas fiestas más austeras y con menos caso a los compromisos, pero a los 12 meses todo sucede igual.
Tanto la Navidad como el Año Nuevo, y sus días previos, deberían transcurrir con mayor paz y alegría, eso es lo que debería irradiarse en las calles. Lo más importante no debería ser lo que se espera de nosotros, ni los regalos ni agobio económico. Debería ser un momento de paz, con niños y adultos celebrando juntos de una forma menos consumista. Mucho menos cuando la trampa del consumo es tan obvia: “más tienes, más necesitas”.
Comprar en paz
21 de diciembre 2015 · 06:10hs