Cien años de intensas luchas obreras, con sudor y sangre

Descubriendo Entre Ríos. Lealtad, debate, paro, marcha y muerte por mejores salarios y condiciones de trabajo, o para reducir la jornada laboral. Choques y acuerdos se ganaron un lugar en la patria chica y se explican más allá de las fronteras.
5 de febrero 2017 · 09:19hs
Criollos en los dos bandos, gringos, católicos, judíos, radicales, argentinos en los dos bandos...
El despertar de la conciencia obrera hace más de un siglo y su explosión hacia 1917 muestra una compleja trama con triunfos y derrotas en una sociedad dividida.
Desde entonces la pica entre obrero y patronal: cuando unos intentaban organizarse en sindicatos, los otros sostenían el "trabajo libre" para deslegitimar a las organizaciones nacientes.
El ambiente se recalentaba en el verano con la cosecha, la estiba y el transporte, claro, y en otoño para los días primero de Mayo en recuerdo de los mártires obreros, por un lado, y en memoria (un tanto fingida) de Urquiza y la Constitución por el otro.
El uso de la bandera roja en unos dejó un poco el espacio para que otros se agarraran de la celeste y blanca y acusaran a sus adversarios de invasores, agitadores, cuando no de rusos, judíos o el más popular "sabandijas".

Borda y Balsechi
Uno de los aportes más esclarecidos en torno del movimiento obrero de nuestra región puede leerse en la obra Voces del Sindicalismo Entrerriano de Jorge O. Gilbert y Elisa D. Balsechi.
Está centrado en las memorias de la Unión Obrera Departamental de Concepción del Uruguay entre los años 1918 y 1943 y da un pantallazo de las raíces de la lucha obrera, con referencias a toda la provincia y al país.
El libro escrito hace una década guarda retazos imperdibles de la historia entrerriana con influencias criollas y gringas, y el protagonismo de anarquistas, sindicalistas, socialistas, comunistas, radicales, a principios del siglo XX.
Allí podemos conocer a Juan Balsechi, Ángel Borda Ramírez, Julio Serebrinsky, José Axentzoff, Ángel Jordán, y tantos que marcaron huellas hondas en la organización de obreros urbanos y rurales.
Entre los de mayor presencia los hubo estibadores, panaderos, carreros, marítimos, ferroviarios, portuarios, camioneros, picapedreros, herreros, carpinteros, albañiles, estatales, repartidores, empleados de comercio, recibidores de cereales, obreros del tabaco, conductores y otros agrupados en sindicados de oficios varios.
Sorprende a veces la actitud de los dirigentes, su lealtad a toda prueba con la clase social, su lucidez para emprender actividades culturales y cooperativas, y la escalada de conquistas y reclamos fogoneadas desde 1917, hace 100 años, con el triunfo de la revolución bolchevique.
La expansión de la protesta fue un tanto efímera. Pocos años después los sindicatos no recibían los aportes de sus afiliados, se fragmentaban, y padecían las persecuciones no sólo de los gobiernos sino también de agrupaciones civiles reaccionarias.

Febrero caliente
Elisa Balsechi y Gilbert encuentran en 1921 una violenta puesta a prueba a la vez que una bisagra, y señalan un punto inicial de los enfrentamientos en las localidades de Villa Domínguez (1ro de febrero), Galarza (9 de febrero) y Villaguay (11 de febrero).
Se lee textual: "el 11 de febrero de 1921 debía efectuarse en la ciudad de Villaguay una manifestación para pedir la libertad de los obreros presos en Domínguez, donde habían sido brutalmente golpeados por la policía antes de su traslado a aquella ciudad".
"Los hechos comenzaron el 1ro. de febrero, con la detención del secretario de la Sociedad Obrera de Oficios Varios de Domínguez, José Axentzoff, quien según su relato a 'La Vanguardia' afirmaba que su detención y algo más estaban planeados desde tiempo atrás, por parte de elementos reaccionarios de su ciudad y zona de influencia".
Dada la detención, el 10 se realizó en Domínguez una asamblea para organizar una protesta en Villaguay al día siguiente y pedir la libertad.
Ya en Villaguay, mientras hacía uso de la palabra un trabajador, el senador Alberto Montiel trepó a la tribuna para interrumpirlo y empezó una balacera que dejó como saldo cinco muertos, entre ellos el hijo del senador, y treinta heridos.
Hubo casi 80 obreros detenidos y maltratados, entre ellos Julio Serebrinsky, militante radicado en Concordia, adonde repercutió el enfrentamiento.
Las llamadas Ligas Patrióticas estaban resueltas a detener la marcha obrera, y en los gobiernos las opiniones se encontraban divididas.
Aquel episodio sangriento de Villaguay es central a la hora de conocer qué pasó en Gualeguaychú meses después, en recuerdo del 1º de mayo.
En esos mismos días de febrero la cosa tomaba temperatura en zonas cercanas. "En la noche del 9 de febrero de 1921 se registró en Galarza, localidad de unos mil quinientos habitantes, ubicada en el departamento Gualeguay, un confuso episodio entre trabajadores y policías, con el resultado de heridos por ambas partes. La prensa local hizo referencia a un ataque premeditado de estibadores en huelga contra miembros de la policía y la comisaría local, como represalia porque la misma actuaba protegiendo al trabajo libre", dicen, basados en una nota del diario El Debate fechada el 10 de febrero.

Gualeguaychú
Los enfrentamientos de Gualeguaychú el 1º de mayo, también sangrientos, son un poco más conocidos. Lo cierto es que para entonces el movimiento obrero empezaba a debilitarse por la resistencia patronal y las divisiones.
Como si fuera una casualidad, la fuerza de resistencia y lucha en los entrerrianos entre 1917 y 1921 recuerdan la potencia del artiguismo en esos años pero un siglo antes, con la compañía (por entonces) de Francisco Ramírez que entró en escena como una estrella fugaz en 1817, hace 200 años.
Uno de los fogoneros de las protestas sindicales, el socialista Raúl Fernández, encadena las luchas sociales federales, independentistas y obreras, en unos versos reunidos bajo el título Payada de un federal, en 1942. Allí le habla al muchacho que entra en las luchas proletarias: "Deberás saber muy bien/ que otros proletarios rudos,/ semisalvajes, desnudos/ probaron suerte también". Y luego "¿No es también un proletario/ el paisano de esta tierra/ que se lanza en son de guerra/ con anhelo libertario?".
Para Fernández, el símbolo de ese eslabonamiento de las luchas es la bandera federal. Dice en relación a José Artigas: "Lleva una rúbrica franca/ la proclama de su empresa;/ roja banda que atraviesa/ la bandera azul y blanca./ Rojo, color de pasión/ de protesta justiciera,/ hoy, la universal bandera/ de la humana redención".

El Trump que tenemos encima

Lo que sigue es la anécdota de un viaje que puede convertirse en alumbramiento. Una luz que nos aparece donde no la buscábamos.
Surge del relato de Silvina y Fabricio que se toparon con un árbol luminoso en los montes de Pehuajó, en el Departamento Gualeguaychú. ¿Guayabo colorado? ¿Arrayán? No sabemos.
¿Y qué haremos con ese resplandor?
Hermoso el paisaje y triste a la vez, si sabemos que de allí fueron desterradas miles de familias.
Hermoso el arroyo con sauces y bosquecitos. Tristes la destrucción de toda una cultura en Entre Ríos, y la naturalización de esa hecatombe.
No lo comentaremos para lamentar el bien perdido sino para mostrar todo lo que podemos recuperar y revertir desde el mismo instante en que ganemos conciencia de haber tocado fondo, y que juntemos valor para enfrentar a nuestro enemigo principal, que llevamos adentro.
Así como el loco Trump quiere construir un muro para él con plata de los mejicanos, el capital se construyó un Estado para él, policías incluidos, con plata nuestra.
Nos quejamos de Trump que está a miles de kilómetros y no somos capaces de ver al que tenemos encima.
Empecemos por unos versos que resumen algo parecido: "Tuve en mi pago en un tiempo/ hijos, hacienda y mujer,/ pero empecé a padecer,/ me echaron a la frontera,/ ¡y qué iba a hallar al volver!/ Tan sólo hallé la tapera". "Sosegao vivía en mi rancho/ como el pájaro en su nido,/ allí mis hijos queridos/ iban creciendo a mi lao.../ sólo queda al desgraciao/ lamentar el bien perdido".
Silvina y Fabricio caminaron unos 60 kilómetros durante 48 por las costas de arroyos del departamento Gualeguaychú y no hallaron una sola persona.
Seiscientas cuadras de arroyos, árboles, pastizales, por ahí unos patos de alitas azules, por allá unos carpinchos, y de las personas que habitaron allí por milenios sólo taperas.
Soja, sí, pero taperas. Y es que grandes extensiones de Entre Ríos fueron copadas por el robot, con la complicidad y el aliento del Trump nuestro que es el Estado hecho para custodiarles el capital a los pocos que se adueñaron de nuestro territorio y medran, aprovechados de nuestra ignorancia.
Podríamos contar con 300 mil explotaciones agropecuarias sin problemas y no sumamos 20 mil. Podríamos vivir un millón de personas en relación armoniosa con el resto de la naturaleza y no sé si llegamos a cien mil.
"Tuito es desmonte, surco y caserío,/ nace un quebracho y el tirón lo arranca;/ de miedo a que lo atajen los tapiales/ corre con jurias de asustao el río/ por el borde pelao de la barranca./ ¡Humo se hicieron ceibos y sauzales!/ De vez en cuando, cruza por el cielo/ silenciosa, lejana, como juida/ el ala de aire de una garza blanca,/ y vos te imaginás qu' es un pañuelo/ que te dice un adiós de despedida".
Lo cantaba Claudio Martínez Payva hace décadas. Hoy es todo eso pero sin caserío. Los robots del saqueo van y vienen dos o tres veces al año, como mucho.
Ecocidio y destierro a la vez es el amargo fruto de las políticas capitalistas de Entre Ríos en los últimos cien años.
Destierro ¿hacia dónde? Hacia el hacinamiento. De ahí que todos los entrerrianos tengamos una deuda con un hermano de un barrio de Buenos Aires y el conurbano. Esa chica, ese muchacho, con costumbres que hoy nos parecen ajenas, es una entrerriana, un entrerriano en el destierro. Olvidarnos de eso sería producto de la ignorancia o la cobardía.
En estas décadas seguimos talando a razón de miles de hectáreas cada año. Hace un siglo nos comíamos una empanada cuando había veinte docenas, y lo mal que hacíamos. Hoy nos comemos una empanada cuando hay tres...
Nos tomamos de esa caminata de Silvina y Fabricio para señalar que allí hubo charrúas resistiendo hace 500 años, hubo artiguistas resistiendo hace 200 años, hubo obreros carreros, campesinos, estibadores hace 100 años. Las luchas de resistencia charrúa, artiguista, obrera ¿tendrá hoy su eslabón en las luchas ecologistas? Lo cierto es que ninguna de ellas está saldada: en Entre Ríos las garzas nos dan el adiós, "como si fueran pañuelos".
Nos decían esos viajeros que se toparon con esos árboles como luminosos, en las orillas del arroyo Las Flores, por ahí, cerca del Pehuajó. ¿Vendrá del monte el resplandor que nos oriente? ¿Qué nos están diciendo los acorralados habitantes del monte que nos preceden, en este suelo, por miles y miles de años?
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