Marcelo Comas/ De la Redacción de UNO
Sigue jugando a las escondidas
El cura Justo Ilarraz ya había pergeñado una estrategia para cuando tuviera que viajar a Paraná a someterse a la pericia psiquiátrica y psicológica que oportunamente había dispuesto la Justicia entrerriana, la primera desde que está imputado en la causa penal Ilarraz Justo José s/Promoción a la corrupción agravada, que tramita el Juzgado de Transición Número 2. Porque ya en su momento el juez de Instrucción N° 3, Alejandro Grippo había ordenado las pericias médicas, pero diferentes circunstancias hicieron que no se cumpliera.
El lunes 6, el día fijado para el comienzo del examen de rigor, el sacerdote eligió jugar a las escondidas en vez de dar la cara como lo hace cualquier sospechado de un delito. Arribó a Tribunales escondido -algunos testigos ocasionales afirman que lo vieron camuflado para la ocasión- para evitar el contacto con los medios de prensa con una maniobra de distracción que fue más efectiva que cualquiera: presentarse media hora antes de lo previsto a la convocatoria y así pasar inadvertido ante cualquier curioso o trabajador de prensa que quisiera obtener su palabra. Tanta expectativa por registrar su rostro o arrancarle una declaración se diluyó por la colaboración que el cura tuvo para que primero se decidiera cambiar el lugar de la pericia en forma arbitraria y luego para facilitarle los caminos para una rápida retirada del edificio de Tribunales.
¿Por qué a esta altura de la investigación judicial el cura acusado de numerosos abusos a menores no se enfrenta a la gente y da la cara? Es que continúa con la tesitura de mantenerse en el anonimato, primero beneficiado por las medidas a favor de prescriptibilidad de la causa que impulsaron sus abogados y que impidieron que compareciera con anterioridad ante la justicia ordinaria. Si hasta resulta incomprensible que hayan pasado dos años y medio del inicio del expediente judicial en su contra y todavía no se haya podido escuchar su palabra. Es el silencio de Ilarraz que también tiene como cómplices a muchos encumbrados hombres de la jerarquía eclesiástica que quisieron dejar pasar un hecho tan grave como condenable.
Tanto es el temor que tiene ilarraz a sufrir en carne propia la condena social que ni siquiera en San Miguel de Tucumán, localidad donde reside luego de su destierro de la arquidiócesis de Paraná, se deja ver como lo hacía en sus primeros años de docencia en el seminario paranaense. Allí, en el norte del país, un grupo de periodistas tucumanos pudo dar con su paradero transitorio en una santería que estaba a nombre de uno de sus hermanos, pero nada más que eso. Está claro que vive en penumbras, tratando de evitar cualquier tipo de contacto fuera de sus más allegados, y esa misma actitud la repitió en Paraná cuando debía responder por sus actos.
Sin entrar en comparaciones el caso Ilarraz tiene muchos puntos en común con el de Marcial Maciel Degollado, el sacerdote mexicano acusado de pedofilia en varios países, que eludió la Justicia por su avanzada edad y que finalmente murió. ¿Y en qué se pueden emparentar ambos relatos? Es que tanto al cura paranaense como su par azteca pudieron consumar actos contra la integridad sexual ante el silencio de la jerarquía eclesiástica: en el caso de Maciel tuvo el apoyo incondicional de Juan Pablo II, quien despreció durante años cientos de acusaciones sobre las andanzas y desviaciones del religioso que fundara la orden los legionarios de cristo. Por el lado de Ilarraz, dos de los obispos que recientemente prestaron declaración escrita ante la Justicia por su vinculación con el acusado, Estanislao Karlic y Juan Alberto Puiggari repudiaron públicamente el caso, pero se limitaron a declarar lo debidamente correcto. Quizás Karlic fue más allá, al reconocer que Ilarraz le pidió perdón en Roma por los hechos que ahora se investigan. Todos quieren que se quite el velo y se conozca la verdad, principalmente las víctimas, hoy ya hombres, que aseguran haber sufrido de las peores aberraciones en sus años de adolescentes.