Princesitas y trogloditas
Hoy por Hoy. Opinión.
4 de junio 2016 · 10:00hs
Liliana Bonarrigo/De la Redacción de UNO
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¿Qué es lo que mueve a un hombre a quitar la vida de una mujer, quien muchas veces es madre de sus hijos o destinataria de sus deseos?
Las relaciones sociales no pueden analizarse independientemente de los contextos socioculturales y económicos de una época, por eso, cuando se intenta comprender qué nos pasa como sociedad para llegar al punto de “un femicidio cada 30 horas”, las variables de análisis son tan complejas que resulta difícil no caer en parcialidades.
Indefectiblemente se liga la cuestión a una relación de dominio (“Si no sos mía, no sos de nadie”) o de frustración (“Te violo y te mato porque no me deseás”).
Tras el clamor de Justicia, las víctimas de femicidios nos interpelan. Por eso, además de marchar, es necesario reflexionar sin hipocresía, sobre nuestro rol en la perpetuación de las conductas que naturalizan las distintas formas de violencia. Porque, si bien la violencia física es la más visible y reprochable, la violencia simbólica reproduce peligrosamente las relaciones de dominación, desigualdad y discriminación dentro de una sociedad y, por ende, las naturaliza.
Una de las formas de reproducción de estas conductas es la educación, ya sea en el seno familiar o en las instituciones educativas. A fuerza de malos ejemplos, con la asignación de roles sociales de acuerdo al género, con tareas domésticas diferenciadas para hijos e hijas, con juguetes sexistas, con ropa rosa y celeste -por mencionar solo alguna clase de discriminación- se ha venido educando a generaciones de “princesitas” y “trogloditas” y se ha incentivando a los niños “a conquistar el mundo” y a las niñas a permanecer bellas y juiciosas en el hogar.
Estos principios patriarcales se reproducen culturalmente y a través de los medios de comunicación como síntesis del maltrato a nivel simbólico. En ese sentido, los contenidos -para nada inocentes- de los medios reproducen la idea de la mujer objeto. En publicidad, reducida a partes corporales (pechos, piernas, cola) para vender autos, cervezas o desodorantes. Como contrapeso, si de vender se trata, en caso de promocionar productos de limpieza o pañales, la mujer puede trocar su imagen al modo “ama de casa” y mostrarse abocada a las tareas del hogar y al cuidado de los hijos. Así los mass media legitiman y reproducen la violencia simbólica que justifica otras violencias.
A partir de las nuevas tecnologías y el uso de redes sociales se advierte, sobre todo en las niñas y adolescentes, una exposición hipersexualizada de la imagen. Este culto al cuerpo podría relacionarse al imaginario de que la mujer sexualmente predispuesta es “popular” y “requerida”.
La idea del cuerpo femenino como trofeo está presente en letras de canciones, en revistas, en videos musicales, en tiras para adolescentes, con una exacerbación de instintos primitivos que nos alejan de toda racionalidad y nos acercan al bajo vientre.
Aún después de peleadas conquistas, muchas mujeres van tras la satisfacción de los deseos del hombre, abandonando sus propios sueños y necesidades. Otras tantas se corren de este rol impuesto y desafían los mandatos. En ambos casos sufren las consecuencias.
Nada de lo dicho en esta columna contesta la pregunta inicial, pero se trata de plantear interrogantes para empezar a educar con el ejemplo. Porque cambiar nuestras actitudes y replantearnos cómo educamos a nuestros hijos e hijas, cómo enseñamos a nuestros alumnos y alumnas, cómo reflejamos nuestra identidad sexual nos hará menos asesinos y menos víctimas.