Carlos Damonte / De la Redacción de UNO
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El país, políticamente hablando, dio ayer un cambio radical. La mayoría de los argentinos eligió un nuevo presidente que nada que ver tiene con lo hecho por los sucesivos gobiernos de los últimos 14 años.
De aquellos días de diciembre de 2001 ni rastros quedan. Y es fantástico que sea así. Fueron días desesperantes, en los que la pelea literal por la comida alcanzaba a millones de personas y la crisis abordó a la clase media del peor modo, con violencia. Para quienes no se acuerdan valga apenas recordar que Fernando de la Rúa partió de la Casa Rosada, tras renunciar, para nunca más volver.
Y el peronismo se hizo cargo.
Anoche ese período de reconstrucción nacional llegó a un punto. Están los que se engolosinan con un final. Lo digo ya mismo, en la noche de la peor jornada electoral del nuevo siglo para el Partido Justicialista y para que nadie se sorprenda: el peronismo no se concibe a si mismo fuera del poder, apenas lo presta de cuando en cuando. Así lo indica la historia y no es cuestión de abundar en pruebas que cualquier sencillo ejercicio de la memoria puede corroborar.
Sucede que de la literal reconstrucción nacional encarada con la conducción de Eduardo Duhalde primero y Néstor y Cristina Kirchner después, los argentinos pasarán al gobierno de Mauricio Macri. Un nuevo capítulo. Alegría, felicidad, cambio, son los términos que utilizó el líder del PRO para capturar la preferencia popular que lo pondrá al mando del país en apenas 18 días.
Como el futuro aún no llegó, es más que aventurado pronosticar lo que hará el expresidente de Boca Juniors, empero es claro y definitivo que dará un giro hacia la derecha de la política nacional. Resultaría al menos extraño que vaya a traicionar su propio origen. De todos modos hay un antecedente bastante reciente: el de Carlos Menem, quién ganó con la boleta del peronismo y el mismo día de su asunción incorporó a todo el elenco de la Unión del Centro Democrático, la mayor expresión partidaria del liberalismo vernáculo. Como sea, es improbable que se repita aquella novela que duró 10 años ya que nadie en su sano juicio pronostica que Macri encare un proceso progresista.
Hay cuatro años por delante que los argentinos transitaremos bajo el mando del hombre que supo crearse un liderazgo político al margen de los dos grandes partidos. Incluso alejó a sus aliados de los sensibles cargos de primera línea, como la gobernación bonaerense o la vicepresidencia de la nación.
Desde 1983 a la fecha esta es la primera vez que asumirá la presidencia alguien que no viene del radicalismo o el justicialismo. Un dato mayúsculo que sirve también para comprender la envergadura del cambio institucional que sintetizó ayer.
Para el peronismo se abre un nuevo capítulo, hoy mismo los dirigentes avisan que encaran el camino de la resistencia. Gobernar con el PJ en la oposición no fue sencillo para ninguno que lo intentó. Incluso en ese escenario habrá que ver el modo en que el mismo Macri se desenvuelve, ya que no aparenta ser un conductor que se deje influenciar y es perfecto que así sea porque será nada menos que presidente de la República. Por su parte, el kichnerismo asume el desafío de transitar desde el llano, de la mano de la militancia comprometida y la representación legislativa.
Me atrevo a indicar aquí, a riesgo de cometer tremendo yerro, que el destino político de Mauricio Macri está ligado al impacto que tenga su gestión en el poder adquisitivo de los ingresos de los asalariados y cuentapropistas, el combate al consumo de drogas y la seguridad; es decir las grandes preocupaciones de la clase media argentina.
Gire a la derecha
23 de noviembre 2015 · 06:15hs